Colonización del pensamiento
Ideología de género: la nueva religión de los Estados

Periodista.
Con dogmas incuestionables y castigos para los herejes, esta ortodoxia avanza en el mundo institucionalizada en leyes, escuelas y políticas públicas, según alerta Pablo Muñoz Iturrieta. ¿Es aún posible disentir sin ser tildado de hereje?
En esta nota nos proponemos recorrer las raíces filosóficas y la expansión política de lo que hoy se conoce como ideología de género, tomando como guía el análisis que desarrolla Pablo Muñoz Iturrieta en el primer capítulo de su libro Atrapado en el cuerpo equivocado. Filósofo argentino, doctor en filosofía política, escritor y conferencista, Muñoz Iturrieta es una de las voces más críticas frente al avance del relativismo cultural y la disolución de las categorías naturales de la identidad humana. Su tesis central es clara: lo que comenzó como una herramienta académica para analizar desigualdades se transformó, con el tiempo, en un sistema ideológico con pretensiones de verdad absoluta.
El punto de partida para entender este fenómeno se remonta al siglo XX. En 1949, Simone de Beauvoir afirmaba: “no se nace mujer, se llega a serlo”. Con esa frase, inauguraba una noción que sería clave para las décadas siguientes: la identidad de género como construcción social. Años más tarde, Judith Butler desarrollaría la idea del género como performance, algo que se “hace” más que algo que “se es”. Desde esta mirada, el sexo biológico pierde peso frente al relato personal y a las estructuras culturales que, supuestamente, modelan la identidad.
De las aulas a las leyes: el salto institucional de una teoría
Según Muñoz Iturrieta, la ideología de género toma piezas de distintas corrientes —teoría queer, feminismo, construccionismo social, estudios de transexualidad— para construir un sistema propio. El problema, plantea, es que ese sistema excede el campo académico y se transforma en un marco normativo que se impone sobre las instituciones, las leyes, la educación y la cultura popular. Ya no se trata solo de interpretar el mundo, sino de transformarlo según una visión que niega la existencia de una naturaleza humana fija.
Desde los años 60, con la revolución sexual, estas ideas comenzaron a permear los movimientos sociales. En los 90, la “perspectiva de género” se convirtió en parte del lenguaje oficial de organismos internacionales. Lo que comenzó como una forma de visibilizar desigualdades reales entre hombres y mujeres, fue derivando, según sus críticos, en una agenda ideológica más amplia que propone una reconfiguración completa del orden simbólico y social.
El salto de lo teórico a lo legal se produjo en las últimas dos décadas. Hoy, en muchos países, las leyes permiten a una persona modificar su sexo legal según su identidad autopercibida, sin necesidad de intervenciones médicas. En paralelo, los programas escolares incorporaron la perspectiva de género como eje transversal, muchas veces sin discusión pública o sin consenso entre los padres. Para Muñoz Iturrieta, esta estrategia de implementación silenciosa es una de las claves del fenómeno: la ideología no se impone por la fuerza, sino desde adentro de las instituciones, bajo el manto de los derechos humanos y la inclusión.
En 2016, el Papa Francisco alertó sobre este proceso al describirlo como una “colonización ideológica”. “Hoy a los chicos —a los chicos— en la escuela se les enseña que cada uno puede elegir el sexo”, dijo entonces. No se trataba de una objeción pastoral, sino de una denuncia cultural: detrás del lenguaje progresista, se escondía, según el Papa, una imposición disfrazada de liberación.
Muñoz Iturrieta va más allá. Afirma que la ideología de género ha adquirido las características de una religión secular. Tiene dogmas (la identidad autopercibida como verdad suprema), sacramentos (el cambio de nombre y sexo legal), clero (funcionarios, activistas, intelectuales que la promueven), y herejes (quienes cuestionan sus fundamentos). El castigo no es la hoguera, pero sí el escarnio público, la censura en redes sociales, la cancelación académica o la sanción legal bajo acusaciones de “discurso de odio”.
El tono del debate, como era de esperarse, se ha vuelto polarizado. El cardenal Robert Sarah llegó a comparar la ideología de género con el ISIS, aludiendo a su potencial destructivo. Aunque la comparación puede parecer exagerada, evidencia algo que hasta sus defensores reconocen: estamos ante una transformación cultural de gran escala, cuyo impacto trasciende la esfera privada para alcanzar el núcleo mismo de la vida social, educativa, jurídica y política.
Desde manuales escolares hasta reglamentos laborales, desde telenovelas hasta resoluciones ministeriales, el nuevo lenguaje se impone con fuerza. Y aunque muchas de sus reivindicaciones nacieron del legítimo deseo de proteger a quienes sufrían discriminación, el marco actual ya no parece apuntar solo a la inclusión, sino a la imposición de una nueva visión del ser humano. Quienes no adhieren a ella, no solo son disidentes: son enemigos del progreso.
Dogmas, herejes y castigos: cuando la ideología se vuelve religión
Muñoz Iturrieta nos invita, en definitiva, a mirar más allá del discurso amable. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando el Estado sanciona visiones únicas sobre la identidad? ¿Qué lugar queda para el disenso, para la ciencia, para el debate filosófico y cultural? Su crítica apunta a una nueva ortodoxia cultural que, bajo el lenguaje de los derechos, impone una visión única del ser humano y relega el disenso al terreno de la herejía.
Quizás, como en el cuento del emperador, el traje nuevo de la ideología de género sea celebrado por todos... hasta que alguien se anime a decir que el emperador está desnudo.