Batalla cultural
Carta abierta a los Mandriles

Escritor.
El rol del periodismo y el cambio de época con Javier Milei. Datos del final del populismo y los desafíos para el futuro.
Mandriles:
Ya lo sabemos, uno tiene derecho a preguntar lo que quiera y el otro tiene derecho a responder lo que quiera.
Los periodistas dicen que su rol es hacer preguntas incómodas.
Bueno, deberían tener siempre presente que si las preguntas son incómodas, las respuestas pueden serlo.
Aunque vengan con groserías.
Porque la grosería busca eso. Incomodar. Convulsionar lo ordinariamente oxidado para salir de lo establecido.
Y no pasa nada. Al contrario. Soy partidario de que una grosería no se le niega a nadie.
Deberíamos tomar las enseñanzas del fútbol, que cuando el partido se pone aburrido, lo más interesante son los cánticos. Motivan y divierten. Dicen verdades de un modo grosero pero a la vez ingenioso.
Por eso, cuando el cepo se puso aburrido porque el dólar seguía estable, fue divertido y hasta necesario escuchar a la tribuna cantar:
Mandril decime qué se siente,
que el cepo llego a su final.
Te juro que aunque pasen los años,
vos siempre vas a pifiar.
En TN y La Nación yo escuche tu proyección,
Y ahora estás llorando sin control.
Tu opinión te la metes,
donde no te da el sol,
como doma este gobierno por favor.
Y lo más divertido fue cuando lo vimos sumarse al cántico al presidente.
Que tampoco debería sorprender. Los presidentes de los clubes cantan en las canchas.
Además, que lo haga el actual presidente de la nación, a esta altura no debería escandalizar a nadie.
Quien lo hace es un tipo que hace varios años viene diciendo en la mismísima Casa Rosada y en el Congreso de la Nación:¡viva la libertad, carajo!.
Desde tiempos inmemoriales que Milei nos viene contando que es un puteador.
Voy a citar a Bart Simpson, que luego de mandarse una de las suyas, le dice a quien lo increpa: Ya era así cuando llegué.
Esa frase anula de modo inmediato todo tipo de cuestionamiento. La persona cuestionada nunca fingió ser otra cosa.
Y eso es lo bueno.
Repito con euforia: ¡Eso es lo bueno!
Milei siempre les contó quién era y quién iba a seguir siendo.
Ergo, mandriles, seguir criticándole su sinceridad, es revelar que ustedes prefieren tener a una persona que les mienta y que finja ser quién no es.
Se me dirá que en el caso de Javier se trata de un presidente. Que la tradición indica que un presidente no puede hablar así, con puteadas.
Bueno, Javier vino a romper con la tradición.
Justamente fue votado por eso. Porque necesitábamos a alguien así, que termine para siempre con la tradición de los presidentes que educadamente nos metían la mano en el bolsillo.
Acá hubo un dos por uno. Porque Javier terminó con dos tradiciones al mismo tiempo, que estaban íntimamente relacionadas: la tradición de la máscara y del saqueo organizado. Forma y contenido que siempre vinieron de la mano. Porque los buenos modales fueron el telón indispensable para seguir empobreciéndonos.
Si Javier no nos hubiera hablado como por suerte nos sigue hablando, no nos hubiésemos despertado. Y hoy seguiríamos dormidos.
Forma y contenido son lo mismo. Siempre. Y las nuevas formas vienen con nuevos contenidos.
Pero bueno, a muchos de ustedes los puede la tradición de la máscara y el saqueo, porque muchos de ustedes viven de la máscara y el saqueo. Digamos todo.
Por suerte los tiempos cambiaron. Gracias a las redes estas cosas ahora se saben y podemos discutirlas de igual a igual.
Las redes rompieron con la verticalidad para meternos para siempre en un mundo horizontal. Y Milei, en sintonía con estos tiempos hermosos que estamos viviendo, convirtió al sillón de Rivadavia en una silla de bar. Una silla que te iguala con el que tenés enfrente porque en los bares no existe la cabecera. Y en los bares solemos encontrarnos para dejar de lado la máscara y decirnos la verdad. Aunque venga con puteadas. Es más, mejor si viene con puteadas. Vuelve a la charla más visceral.
Y que nos puteemos tampoco es para tanto. Las malas palabras de hoy serán mañana palabras inocentes.
La evolución de la palabra orto es un ejemplo muy gráfico.
Otrora, decir en los medios la palabra trasero desataba un verdadero escándalo. También pasaba lo mismo con la palabra cola. Ni hablemos de la palabra culo.
Hoy, estamos a nada de que dejemos de escandalizarnos con la palabra orto.
Aun así, hay periodistas que se siguen escandalizando cuando la escuchan.
Mandriles: con las malas palabras pasa lo mismo que con los cuerpos. Hace cien años atrás que una mujer mostrara una teta podía llevarla a la cárcel. Hoy en Occidente eso ya no pasa. Hay hasta playas nudistas donde hombres y mujeres andan mostrando el orto.
Además, al igual que los desnudos, que las groserías terminen siendo palabras ingenuas, sucede porque el lenguaje privado, que es donde nos expresamos de manera visceral y por ende sincera, de manera natural pasa a formar parte de lo público. Y eso obedece a algo muy simple: los seres humanos necesitamos evolucionar. Y para sobrevivir, ya nos lo dijo el psicoanálisis, necesitamos decirnos la verdad. Y la verdad, si en algún lugar físico está, es dentro nuestro, en lo que sentimos por dentro.
Necesitamos decir lo que verdad sentimos para no morirnos. Y para que eso pase, esa verdad debe venir con vísceras, sin filtro.
Por eso, no nos sorprende que a muchos de ustedes, Milei les provoque rechazo. La conclusión más inmediata y obvia es que se resisten al cambio porque vislumbran que en el nuevo desafío evolutivo les será muy difícil sobrevivir.
Pero la evolución llegó para quedarse y contra eso no van a poder hacer nada. Porque la derrota no es sólo política. Es mucho más, es cultural.
Por eso lo que estamos fascinados con este fenómeno global, entendimos para siempre que de la otra forma íbamos a morir. Y no queremos. Por eso nos rebelamos y estamos dispuesto a hacer lo que sea para sobrevivir y seguir evolucionando.
Que hoy Milei se siga expresando igual que en Intratables, nos está diciendo algo maravilloso. Y ustedes siguen sin verlo. Nos cuenta que el poder no lo cambió. Que sigue siendo el mismo de siempre, que te va a decir lo que le pasa de verdad por la cabeza. Con todo lo bueno y lo malo que eso tiene. Aunque ya nos lo dijo el psicoanálisis: tiene muchísimo más de bueno que de malo.
Lo atroz siempre es la máscara. Porque ocultar la verdadera jugada, decir lo que no se siente para estafar al interlocutor, es ni más menos que la contracara más espantosa que ofrece el mal.
Que se vuelve más horrorosa cuando encima viene con buenismo.
No hay peor perverso que aquel que estira la mano para sacarnos del agua y, cuando se la vamos a dar, la convierte en una piña para noquearnos y que nos ahoguemos.
Por eso, está muy bien que Milei se enoje así, sobre todo con los buenistas.
Porque la perversidad del buenista merece ser subrayada. No puede pasar inadvertida.
Además, que Javier se sulfure tanto con la mentira, revela que busca con desesperación expresarse en el idioma que permite la evolución: la verdad.
La mentira hace que estemos siempre igual.
No, en realidad que estemos peor, porque son capas que se suman a otras capas para alejarnos de la verdad cada vez más.
Un insulto no hace daño. Y teniendo en cuenta la evolución del lenguaje, no tiene futuro.
En cambio mentir sí genera daño. En el presente y también a futuro.
Vamos a los datos:
Por haber sido víctimas de la mentira organizada, Argentina terminó convirtiéndose en uno de los países más pobres del mundo. Con 7 chicos pobres de cada 10, el 37 % de las personas sin cloacas, el 40 % de las personas sin red de gas, 6.000.000 de personas sin agua potable, y con una deuda de USD 500.000 millones que hoy es impagable.
Y encima ahora que estamos eligiendo ir por el camino contrario, para salir del empobrecimiento colectivo, los que vivieron de la máscara y el saqueo, o los que fracasaron porque no pudieron o no quisieron terminar con la máscara y el saqueo, vuelven a mostrar su cara de mandril. Esa máscara colorida que oculta lo que ya sabemos. Que quieren seguir exprimiéndonos para poder seguir viviendo del sudor del gorila.
No, se les terminó el curro, mandriles. La rebelión de los gorilas llegó para quedarse.
El orto rojo fue la clave: nos contó que los rojos siempre te cagan.
Por eso, hoy más que nunca: ¡vivan las formas de Milei, carajo!