Efemérides
Ricardo Bochini: la leyenda viviente de Independiente
La historia del talento de Avellaneda.
Alguna vez leí que las historias verdaderamente grandes son aquellas que modifican el alma de quien las vive. Aunque la grandeza de esta pequeña historia no se centra específicamente en números mágicos, en copas ganadas ni en torneos celebrados. Si el lector quisiera regodearse en esas cifras, tiene Google a mano. Es sencillo: escribe, por ejemplo, “Ricardo Bochini títulos ganados” y surge rápidamente, desde los confines de la web, un listado de gloria que muy pocos tienen y que muchos menos podrán igualar.
Como todos sabemos, los números sirven para darle solidez definitiva a nuestros argumentos, para terminar discusiones, para recordar y hasta para que los necios puedan entender. Es casi como si la certeza de los números fuera una declaración definitiva de rendición. Una bandera blanca que se inclina ante una verdad irrefutable. No comparto eso. Tu equipo, sea cual fuere, siempre será el más grande todos. Siempre. Aunque no tenga la gloria de los números ni de los campeonatos o las copas. Siempre será el más grande por una sencilla razón que ya podrás adivinar: tu corazón late distinto cuando hablás de él. Eso me pasa con Independiente y con Bochini. Justamente eso. Porque Ricardo Enrique Bochini fue (es) un jugador inmenso. Pero también porque mi corazón latía distinto cuando eludía para adelante. Parque había algo en él que los números nunca supieron transmitir y que tenía que ver más con la magia que con las matemáticas. Y, tal vez, porque lo disfruté en mi juventud, esa época donde todo parece interminable. Donde hasta el amor se empeña en hacerte creer que es para toda la vida. Esa época donde tenés todo, hasta a tu viejos.
De todas formas, si los insensibles insistieran, podríamos hablar de números y decir, a modo de ejemplo, que si Bochini fuera un club y no una persona, tendría, él solo, más copas internacionales que la inmensa mayoría de los clubes de América. Cinco Libertadores (1972, 1973, 1974, 1975 y 1984), tres Interamericanas (1972, 1974 y 1975) y dos Intercontinentales (1973 y 1984). Además de cuatro torneos nacionales (1977, 1978, 1983 y 1989) y un Campeonato Mundial (1986).
Pero no son estas líneas el lugar para homenajear esos logros. No. Los números son demasiado fríos e injustos. La magia y el talento de Bochini viven en YouTube y en la memoria agradecida de quienes pudimos verlo en una cancha. Aquí vamos a tratar de transmitir, bajo el riesgo latente de no conseguirlo, lo que significa el amor y el consecuente agradecimiento a un personaje chiquitito, chaplinesco, pelado, de físico pequeño pero de un alma inmensa que atravesó nuestras vidas de manera tangencial pero contundente.
Cuando somos jóvenes, cuando creemos que el mundo es nuestro y que la muerte es algo tan lejano como imposible, las personas que nos alumbran y nos generan alegrías quedan en un rincón de la memoria para siempre. Indelebles. Eternas. Y su figuras, a las que envolvemos en un halo de leyenda personal, pasan a ser parte inequívoca de nuestra historia. Como un gol de Diego Maradona, como un abrazo de tu viejo, como la mirada de mamá o el beso de una mujer inalcanzable, hay hechos que modifican nuestra vida. Bochini trasciende eso. Porque es mucho más que un tipo cuyo juego se transformó en una sinfonía de pases precisos, gambetas exquisitas y goles inolvidables. Mucho más.
Bochini es bandera para aquellos que deseamos transformar lo ordinario en extraordinario. Para aquellos que preferimos el silencio humilde, seguido de una gambeta mágica. Los miles de pases perfectos que convirtieron en goleadores a decenas de nueves con camiseta roja, fueron un regalo sublime para aquellos que preferimos el triunfo del amigo y del hermano más que el propio.
No es necesario tampoco comparar las estrellas que cada uno lleve en sus corazones. No quiero grietas. La Argentina lleva 80 años en una y ya vemos cómo nos va. Por eso en estas líneas también se esconde el recuerdo para la magia del Beto Alonso, del Beto Márcico, del uruguayo Rubén Paz, del Pato Gasparini, de la Pepona Reinaldi, del Negro Palma, del Beto Pascutti, del Monito Zárate, del Inglés Babington, de Marito Zanabria, de Pachorra Sabella, del Pipo Gorosito y de tantos otros duendes que alimentaron nuestra infancia invitándonos a ser el goleador de nuestros equipos en un sueño interminable. Apellidos que cada vez que Independiente los enfrentaba, me daban miedo. Y me obligaban a pedir en súplica silenciosa que el Bocha se pusiera su capa de héroe para superarlos. Dejo afuera a Diego, por supuesto. La Leyenda de todas las leyendas. Y a Messi, que todavía sigue construyendo su altar eterno. Eso sí, mi alma roja me impide soslayar algo: sepa el mundo que Bochini jugó siempre con la misma camiseta. La de Independiente, Siempre. Y si se la sacó, fue para ponerse la de la Selección Argentina. Eso lo hace único. Irrepetible. Porque la lealtad se ejerce, no se declama.
Bochini es mi infancia, es mi colegio secundario lleno de pases por el agujero de una aguja, de copas y de triunfos. Bochini es el apellido de mis tardes más gloriosas. De mis lágrimas más felices. Es la cumbre de mis emociones. Hasta que un día nacieron mis hijas y entendí, al instante, que el Bocha era un poco menos. Pero igual estaba ahí. Guardado en mi recuerdo. Listo para ser el primer ejemplo cuando intentara recordar aquellos años felices. Aquellos días donde la felicidad era lo más parecido a un pase en profundidad para la diagonal de la Porota Barberón.
Feliz cumpleaños Maestro. Gracias por ser parte de mi vida. Y por ser la inspiración prodigiosa de aquellos que podemos ver a Independiente festejando copas y campeonatos en el lugar más sagrado de todos: nuestra memoria de la infancia.