Adoctrinamiento lúdico en la Alemania nazi
Los juguetes nazis: diversión diseñada para odiar

Historiadora.
De muñecos de Hitler a juegos de mesa antisemitas: la infancia fue campo de batalla para el nazismo.
Entre los métodos de manipulación fascista, la utilización de objetos cotidianos ocupó un lugar destacado. Materializar el pensamiento a través de elementos tangibles permite siempre hacerlo más evidente, penetrante y difícil de cuestionar. Bajo esta premisa, el régimen nazi desarrolló una amplia estrategia de adoctrinamiento que incluyó juguetes, juegos de mesa y artículos de entretenimiento dirigidos especialmente a la infancia, considerada por el Tercer Reich como el terreno fértil por excelencia para sembrar su ideología.
La juventud, por su propia condición, es más permeable a los discursos totalitarios, sobre todo cuando estos se infiltran en espacios lúdicos, disfrazados de diversión inocente. Los nazis lo sabían bien, y por eso promovieron la producción de materiales infantiles que no solo exaltaban a Hitler y al Partido Nacionalsocialista, sino que también fomentaban el odio, la violencia y la xenofobia. El juego y el entretenimiento, lejos de ser espacios neutrales, se transformaron en vehículos eficaces para moldear conciencias desde la más temprana edad.
El historiador André Postert analizó este fenómeno y advirtió:
"Había muchos juegos con símbolos nazis para niños y adultos. En uno de ellos se movían esvásticas de un campo a otro en un tablero. Cada campo representaba un momento importante en la historia del Partido nazi. Cuando se llega al final, en un campo que representaba el año 1934, el jugador había destruido con éxito la democracia alemana."
Este juego, como tantos otros, no solo exaltaba los logros del partido, sino que celebraba abiertamente la aniquilación del orden democrático, transformándolo en una meta deseable.
Uno de los casos más impactantes fue el juego titulado “Juden Raus” (“Judíos fuera”), comercializado por primera vez en 1938 por la compañía Günther & Co. Presentado como un “juego para toda la familia extraordinariamente divertido y muy actual”, tenía como objetivo central expulsar a los judíos de la ciudad. Cada jugador debía avanzar por casilleros que representaban comercios “de propiedad judía”, capturar a los personajes y llevarlos fuera de los límites urbanos. Ganaba quien lograba expulsar a seis. En una parte del tablero podía leerse la consigna: “¡A Palestina!”, dejando en claro el carácter abiertamente racista y violento del juego. No era una sátira ni una parodia, sino una representación lúdica de la ideología antisemita del régimen.
En palabras de los investigadores Andrew Morris-Friedman y Ulrich Schädler, de la Universidad de Leiden:
“Los juegos de mesa pueden usarse por los historiadores para obtener conocimiento de los valores de las diferentes culturas (...) la historia del racismo se refleja en el tema de muchos juegos de mesa, algunos de esos usan ideas racistas, otros hacen uso del racismo en sus reglas de juego”.
Además de los juegos de mesa, la maquinaria nazi produjo una enorme variedad de juguetes temáticos. Entre los más populares se encontraban los de carácter bélico: soldaditos alemanes, aviones de combate, armas en miniatura y tanques. No faltaron los muñecos de Hitler, las réplicas a escala de sus autos ni las barajas con simbología nazi. Todo estaba diseñado para exaltar la figura del Führer, fomentar el orgullo nacional y preparar psicológicamente a los niños para el conflicto armado y la obediencia ciega.
Incluso se fabricaron juegos de títeres con fines propagandísticos, promovidos por una dependencia estatal especializada. Esta institución difundía un catálogo titulado “Juego y cabezas para el teatro de Kasper”, que incluía no solo las marionetas sino también las obras recomendadas para ser representadas. En esas historias, los villanos eran comunistas, judíos o enemigos del Reich, mientras que los héroes eran soldados, líderes nazis o el propio Kasper convertido en defensor de la patria.
Este uso sistemático del juego como herramienta ideológica demuestra que el régimen nazi no dejó nada al azar. La juventud fue un objetivo prioritario, y el adoctrinamiento se disfrazó de juguete. Estudiar estos objetos, por más perturbadores que resulten, es clave para entender cómo el horror puede nacer de lo cotidiano, y cómo la banalidad del mal puede introducirse, sin resistencia, en el alma de los más jóvenes.