Outside the box
Virtud, likes y otras confusiones

Periodista.
En tiempos donde la humildad necesita community manager, la virtud parece fuera de catálogo. Pero tranquilos: todavía quedan influencers que no venden chocolates filantrópicos ni frases motivacionales en taza.
Escribo esto con las redes y el WhatsApp en llamas después del revuelo local que generó Adolescence, la serie de Netflix que nos obligó a mirar de frente a una generación que nos interpela. Y mientras en la sobremesa hablo con mis hijos sobre si Andrew Tate es el anticristo o apenas un error de casting, decidí ampliar un poco el foco: ¿qué están viendo (y creyendo) los jóvenes hoy? ¿Qué nos están mostrando los medios? Y, lo que más nos inquieta o intriga: ¿qué se está cocinando en el universo de los likes?”
Empecemos por el "tateísmo", ya instalado como una preocupación legítima en los colegios británicos. Un artículo de The New York Times (Emma Bubola e Isabella Kwai, 2023) lo contaba sin vueltas: en varias escuelas de Reino Unido se estaban llevando a cabo verdaderas campañas contra la influencia del ex kickboxer devenido en gurú misógino, acusado de violación y tráfico de personas. Sus frases —tan potentes como retrógradas— estaban siendo discutidas en clase más que la Revolución Francesa. “Él es rico, entonces tiene razón”, decía un chico. A lo que una docente respondía con resignación: “Está lavando el cerebro a una generación de chicos, y eso da miedo”.
¿Una reacción extrema frente a un feminismo exacerbado que dejó a muchos varones desorientados? Tal vez. Lo cierto es que Tate no aparece de la nada: es síntoma de un mundo donde el éxito —si viene en forma de Bugatti— convalida cualquier barbaridad.
Ahora bien, del lado opuesto del ring, otro influencer global arrasa en views: MrBeast, el Papá Noel millennial que cambia juguetes por viralidad. El YouTuber (383 millones de suscriptores, por si querías sentirte irrelevante) acaba de ser acusado de “virtue signaling”, ese término moderno para decir “estás haciendo el bien solo para que te aplaudan”.
¿Su pecado? Publicar un video en el que rescata niños esclavizados en la industria pesquera de Ghana y recauda fondos para una ONG. ¿Demasiado show? ¿O simplemente caridad con producción audiovisual y marketing digital? Su respuesta fue categórica: “Si enumerara todos los proyectos que hicimos en EE.UU., este tuit sería un libro”.
Y ahí me pregunté: ¿cuándo dejamos de confiar en los buenos? ¿Si la bondad no viene en modo silencio, nos da desconfianza? ¿Necesitamos que la virtud sea menos Hollywood?
Para hablar de virtud despojada de filtros, me permito traerla a ella: Madre Teresa de Calcuta. No hizo un solo video en su vida, y sin embargo conmovió al mundo. Su caridad no necesitó drones ni storytelling ni hashtags. Solo presencia real, manos gastadas y fe inquebrantable. Daba sin esperar reciprocidad ni retuits. Y eso, hoy, es revolucionario.
Claro que no todo está perdido. Hace muy pocos días, The Wall Street Journal publicó un artículo genial sobre Jefferson Fisher, un abogado que se volvió influencer enseñando…¡cómo tener conversaciones difíciles sin perder la calma ni la dignidad! Con casi 4 millones de seguidores, Fisher se planta frente al cinismo con frases que buscan destrabar tensiones cotidianas sin sonar a libro de autoayuda. “La mayoría de las personas o explotan o evitan. Yo quiero vivir en el medio”, dice. Su contenido es un respiro: enseña a hablar sin gritar, escuchar sin interrumpir y decir lo que uno piensa sin prender fuego el grupo de WhatsApp. Influencer de virtudes, sin la pose del gurú ni el escenario de montaña con piano de fondo.
Y hablando de influencers inesperados, hay toda una camada nueva… ¡en LinkedIn! (Sí, esa red social que uno abre cuando se queda sin trabajo o necesita stalkear al jefe). Según otro artículo del WSJ, jóvenes como Justin Welsh o Natalia Godyla están ganando fama y dinero no por mostrar abdominales sino por hablar de liderazgo, fracasos y constancia. “No intento volverme viral, intento ser útil”, dice uno. ¡Mi like sentido para ellos!
Mientras tanto, la historia de Stanley Zhong nos sacude desde California. Con un promedio perfecto y un SAT casi inmaculado, fue rechazado por 16 universidades (¡dieciséis!), muchas por presunta discriminación hacia asiáticos. Poco después, fue contratado por Google como ingeniero de software… sin título. Y ahora está demandando a varias universidades con la ayuda de IA. Ironías de la vida: los valores a veces también se defienden en tribunales.
¿Y los royals? Bueno, los tenemos con podcast y renuncias. Meghan Markle, ahora en modo gurú wellness, lanzó un programa donde charla sobre emprendimientos y maternidad, mientras organiza cajas de packaging con una dedicación que a Marie Kondo la haría llorar. Su marido, el príncipe Harry, acaba de renunciar a la ONG africana que fundó en honor a su madre, Lady Di, por denuncias internas de racismo y abuso. El escándalo opacó una obra que, durante años, se dedicó a asistir a huérfanos con VIH en Lesotho. Una causa silenciosa, noble, casi invisible... hasta que se partió el alma institucional.
Y ahí está el punto. En un mundo donde el valor de una acción se mide por los likes que recibe, la virtud parece haber quedado atrapada entre dos extremos: el cinismo que desconfía de todo y el exhibicionismo que convierte el bien en show.
Pero la virtud verdadera, como el amor verdadero, no hace ruido. No necesita escenografía ni filtros para brillar. Es esa señora que cuida a su vecina enferma sin que nadie se entere. Es el chico que defiende a una compañera frente al bullying. Es quien admite que se equivocó, sin esperar un aplauso. Es quien da sin decir “miren cómo doy”.
Y en tiempos donde los espejos nos devuelven selfies, tal vez la gran revolución sea mirar hacia afuera.