EFEMÉRIDES
Ubaldo Calabresi: cien años de un tejedor invisible y efectivo que evitó la guerra con Chile

Periodista.
El procedimiento era casi siempre igual: un llamado telefónico a casa (no había celulares todavía) para preguntar si era posible que yo fuera a tomar el desayuno con él al día siguiente “para conversar un poco”. Él mismo llamaba y yo le reconocía enseguida el acento aunque su castellano era impecable. Aceptaba, claro, y al cortar empezaba a prepararme para el encuentro.
El que llamaba era un italiano de estatura mediana, notablemente inteligente y con una capacidad única para pasar inadvertido en los lugares más diversos, desde las recepciones diplomáticas hasta los actos públicos. Si tuviera que señalar la contrapartida de aquel personaje ”Figuretti”, sin duda lo elegiría.
Acaso por esa infrecuente característica su figura no quedó grabada a fuego en muchos de quienes poblaban por entonces el nutrido escenario político y social de la Argentina. Todos lo conocían, todos se lo cruzaban y lo saludaban cordialmente, pero no podría decirse que fuera el más requerido.
Los desayunos tenían para mí un cierto “orden del día”. Tenía que llegar puntualmente, entrar a la magnífica casa de la avenida Alvear y Montevideo y casi sin más trámite sentarme a compartir el desayuno nada menos que con el nuncio apostólico (léase: representante de la Santa Sede y del Papa) en la Argentina: monseñor Ubaldo Calabresi.
Por entonces –fines de la década de 1980- hacía ya varios años que yo escribía sobre temas eclesiales para varias publicaciones de Buenos Aires y de otras ciudades. Ya había entendido que la búsqueda de información en ese ámbito –más allá de las gacetillas sobre actividades públicas de la Iglesia tenía características únicas: por ejemplo, que la mayoría de los datos no debían tener una fuente identificable; que uno no podía confiar todo el tiempo en el mismo informante a riesgo de quedar embanderado en el grupo al que esa fuente pertenecía; o que había que tener en cuenta que el medio al que representaba seguramente no quería enredarse en un conflicto con la Iglesia por la imprudencia o el “afán de primicia” de un cronista.
La más alta jerarquía de uno de los medios para los cuales escribía me lo había resumido en una frase: “Nosotros podemos tener algún problema con tal o cual sacerdote, tal o cual obispo; pero no podemos permitirnos tener un problema con la Iglesia”.
Así las cosas, el paso del tiempo me había llevado a confiar en monseñor Calabresi como una fuente ideal: clara, no insistente y con un 100% de exactitud en sus aportes.
La vía solían ser esos desayunos, cuya primera parte eran comentarios sobre temas de actualidad y consultas de mi anfitrión sobre tal o cual situación en tal o cual medio, para llegar sobre el final al verdadero motivo del encuentro. Allí aparecía la frase “No sé si usted sabe que…”, en boca de Calabresi. Por supuesto, yo no sabía, pero él no me daba tiempo para las excusas: “Por supuesto, esto no se dijo todavía. Pero dentro de X días, o semanas, tal persona va a ser designada en…”, o bien “antes de que termine este mes va a anunciarse que en tal diócesis (algo así como las provincias en que está dividido un país para la Iglesia) ocurrirá esto o aquello”.
Yo ya sabía que Calabresi se guardaba hasta el fin del diálogo aquello que quería que yo supiera –y difundiera. Por eso esperaba callado, y sólo después hacía alguna pregunta. Su respuesta indicaba el momento de levantarme de la mesa, agradecerle y despedirme.
Por conocer ese hábito, no me sorprendió enterarme de que en mayo de 1992 el nuncio llamó por teléfono a Córdoba al padre Jorge Bergoglio, por entonces ocupado allí de la atención espiritual de algunos religiosos jesuitas, para invitarlo a reunirse con él en el aeropuerto, ocasión en la que hablaron extensamente hasta que Calabresi fue llamado a embarcarse de regreso y, al estrecharle la mano, le anunció que días después sería obispo auxiliar de Buenos Aires, tal como lo cuentan Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti en “El jesuita”.
Calabresi nació el 2 de enero de 1925 en Sezze Romano, un pueblo de la región del Lazio, en una familia dedicada a tareas del campo. Fue el cuarto de seis hermanos y descubrió rápido su vocación sacerdotal. Ordenado con 23 años, en 1948, tres años más tarde ingresó a la Pontificia Académica Eclesiástica (donde se preparan los futuros diplomáticos vaticanos). Obispo desde 1969, estuvo casi de inmediato al frente de representaciones tan distintas como Sudán o Venezuela, hasta que en enero de 1981 llegó a la Argentina para iniciar un período extraordinariamente largo de servicio, que se extendió por 19 años y abarcó siete presidentes: Videla, Viola, Galtieri y Bignone, durante el régimen militar, y Alfonsín, Menem y de la Rúa con la recuperación institucional de 1983. ¡Miren si habrá tenido que mostrarse flexible, hábil y sereno!
En esas casi dos décadas la Argentina pasó de la dictadura a la República, con la guerra de las Malvinas como trágico puente, y vivió luego hiperinflación, renuncias anticipadas del gobierno, crisis de toda índole… Por el lado de la Iglesia, Calabresi debió recibir dos visitas papales de Juan Pablo II (1982 y 1987) y participar, al comienzo de sus funciones, en el proceso de mediación que el mismo Papa dispuso en 1978 para evitar la guerra entre Chile y la Argentina por la zona del canal de Beagle. Tuvo tiempo, además, para colaborar con el “redescubrimiento” del padre Bergoglio, que en la década de 1970 había sido provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina y que pocos años después parecía destinado a quedar fuera de escena en su “exilio” cordobés.
Fue Calabresi quien se ocupó de colaborar, a comienzos de los años ’90, con el nuevo arzobispo de Buenos Aires, Antonio Quarracino, en “rescatar” a Bergoglio y preparar en Roma, no sin esfuerzos, el terreno para que el Juan Pablo II ordenara su consagración como obispo. No fue casual, entonces, que el nuncio fuera el principal co-consagrante en esa solemne ceremonia, el 27 de junio de 1992.
Por eso, muy acertadamente, una semblanza biográfica semioficial de quien ahora habría cumplido 100 años le atribuye “…capacidad de tejer, sin visibilidad clamorosa, la reparación de grandes crisis, tanto de aspectos internos como internacionales”.
Para el final, permítaseme un recuerdo personal. En una oportunidad Calabresi me adelantó que un par de meses después habría una modificación en el mapa de las diócesis argentinas, con la creación de nuevas jurisdicciones. Obviamente, esto implicaba que algunas diócesis cedieran territorio.
Publiqué la noticia, obviamente sin explicitar la fuente, y el obispo “afectado” lo tomó a mal, por lo que se dirigió al medio para negar valor a mi adelanto. Ante la consulta de los responsables del medio ratifiqué lo escrito y dije que lo había obtenido de una fuente inmejorable. Comenté lo sucedido con el nuncio y él me respondió simplemente “No se preocupe. Todo está bien”. Un par de semanas después, la Iglesia anunció oficialmente el nuevo trazado.
Calabresi murió en Roma el 14 de junio de 2004. El día anterior habló telefónicamente con el entonces cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, y le dijo que se sentía muy bien y “preparado”.
Sin duda lo estaba.