Outside the box
Sexo, brunch y libertad: el nuevo ménage à trois de la vida moderna

Periodista.
La soltería dejó de ser una etapa y se volvió un estilo de vida: glamorosa, libre y sin culpas. Gwyneth Paltrow enseña cómo separarse bien y armar familias con piezas sueltas. Y hasta la suerte, escurridiza y esquiva, puede aparecer donde menos se la espera... incluso en un anillo maldito.
Hay una epidemia silenciosa que ni la OMS detecta: la recesión de las relaciones. Así la bautizó Newsweek, al retratar un mundo donde el 42% de los adultos en EE.UU. está soltero y los hogares de una sola persona ya son casi un tercio del total. ¿Qué pasó? Se rompió el molde. Como explica Robert VerBruggen, del Manhattan Institute, “la vida en soltería se ha vuelto más factible y atractiva”. Hoy, ser soltero no es señal de fracaso, sino parte del nuevo ideal glamoroso de juventud libre, agenda propia y brunch sin suegros.
Series como Friends y Sex and the City vendieron el sueño cosmopolita de estar solteros y liberados. Carrie Bradshaw convirtió los vínculos en columnas y los zapatos en religión. Joey Tribbiani enseñó que no hace falta compromiso para decir “¿cómo andás?”. Con más oportunidades para las mujeres, la soltería dejó de ser una pausa y empezó a ser un proyecto. “Valoro a mis amigos cercanos, mi comunidad de negocios y la libertad que tengo. Mi prioridad es la mejora personal”, dice una de las entrevistadas. No es una renuncia, es una decisión.
Pero entre tanta independencia también aparecen otras verdades. Gwyneth Paltrow lo dijo sin filtro en Vanity Fair: está atravesando una “perimenopausia hardcore” mientras redefine su propósito con los hijos fuera de casa, su empresa Goop en reorganización y su inesperado regreso al cine. A los 52, se animó a volver al set (y a las escenas hot con Timothée Chalamet) porque, como le dijo su amiga Cameron Diaz: todo lo vivido también es material. El foco, sin embargo, está en otro lado: su arte de separarse bien. La conscious uncoupling con Chris Martin se convirtió en una coreografía afectiva: hoy son familia extendida, con brunch dominical, casa compartida en Montecito y hasta la ex de su nuevo esposo durmiendo en el cuarto de huéspedes durante los incendios. “Una vez que soltás el ‘solíamos dormir en la misma cama’, se abre un mundo de posibilidades”, asegura.
Y si el amor se enfría y la familia se rearma, ¿qué lugar queda para la suerte? La periodista Kathryn Schulz se lo preguntó en New York Magazine, al narrar la historia de Holly Davis, una socióloga convencida de estar maldita tras una serie de infortunios, y su marido filósofo, un escéptico total de la suerte. “Eres el ser humano más desafortunado que he conocido”, le dijo, tras heredar unos anillos familiares que parecían tener voluntad propia. Pero lo inesperado sucedió: contra toda estadística, tuvieron un hijo. Porque incluso para los que no creen, a veces el azar se disfraza de milagro.
Tal vez el gran aprendizaje sea este: en un mundo que idealiza la libertad, celebra las rupturas saludables y se burla del destino, lo que sigue marcando la diferencia es cómo elegimos relacionarnos. Ya sea en pareja, ensamblados o en soledad, lo verdaderamente afortunado es no dejar de buscar lo que da sentido: vínculos, propósito y un buen brunch con medialunas calentitas.