La Argentina que Sarmiento soñó y construyó
Sarmiento y los extranjeros que cambiaron la Argentina: maestras, ciencia y vino

Historiadora.
Domingo Faustino Sarmiento no solo pensó una Argentina educada, sino también productiva y científica. Con visión modernizadora, convocó a maestras estadounidenses, científicos y agrónomos europeos que sembraron conocimiento en el país. Este es el relato de una revolución silenciosa que aún perdura.
“Partiendo de la falda de los Andes nevados –escribió Domingo Faustino Sarmiento–, he recorrido la tierra y remontado todas las pequeñas eminencias de mi patria. Al descender de la más elevada [estaba finalizando su presidencia], me encuentra el viajero, sin los haces de los lictores [escoltas de los magistrados romanos], amasando el barro informe con que Dios hizo el mundo, para labrarme tierra y mi última morada.
(…) Dejo tras de mí un rastro duradero en la educación y columnas miliarias en los edificios de las escuelas que marcarán en América la ruta que seguí.
Hice la guerra a la barbarie y a los caudillos en nombre de ideas sanas y realizables, y, llamado a ejecutar mi programa, si bien todas las promesas no fueron cumplidas, avancé sobre todo lo conocido hasta aquí en esta parte de América.
He labrado, pues, como las orugas mi tosco capullo, y, sin llegar a ser mariposa, me sobreviviré para ver que el hilo que depuse será utilizado por los que me sigan”.
En las puertas de la ancianidad, Sarmiento repasó su vida como legado. Se observó satisfecho en el espejo de la historia, pleno y orgulloso de no haber malgastado sus días. No erraba. Pero Sarmiento no desarrolló su obra en soledad: supo rodearse de personas que aportaron valor a su proyecto. Siendo presidente, procuró traer al país a extranjeros que ocuparon lugares clave.
Es imposible no comenzar este recorrido por las maestras. Luego de visitar Europa y Estados Unidos, Sarmiento quedó impresionado por el sistema educativo estadounidense, especialmente por las "escuelas normales", que formaban docentes de manera profesional y sistemática. Pensó entonces que la mejor forma de reformar la educación argentina era traer maestras extranjeras capacitadas para enseñar no solo a niños, sino también a futuras maestras argentinas.
En esta tarea, una aliada clave fue Mary Mann, esposa del pedagogo estadounidense Horace Mann. Mary y Sarmiento se conocieron durante el primer viaje de él a Estados Unidos y mantuvieron una fluida correspondencia. Ella lo ayudó a contactar y convencer a muchas de las maestras que terminarían viajando a nuestro país.
Entre 1869 y 1898, llegaron a la Argentina 61 maestras y 4 maestros estadounidenses. La mayoría no hablaba español al llegar y debieron adaptarse a un país muy distinto, pero su impacto fue enorme. Fundaron y dirigieron escuelas normales en todo el país, especialmente en el interior, y formaron a las primeras generaciones de maestras argentinas.
Las maestras norteamericanas introdujeron métodos pedagógicos modernos e impulsaron la profesionalización de la docencia. Su labor ayudó a expandir la educación primaria y promovió valores como la puntualidad, la higiene, el orden y la disciplina escolar. A pesar de las barreras culturales y lingüísticas, su legado transformó la enseñanza en Argentina y sentó las bases de una escuela pública más organizada, laica y estructurada.
En plena presidencia de Sarmiento, la ciencia se convirtió en una herramienta estratégica para el desarrollo nacional. Convencido de que el país debía insertarse en los circuitos del conocimiento moderno, convocó al astrónomo estadounidense Benjamin Apthorp Gould para fundar el primer observatorio astronómico de Argentina. Gould, figura destacada de la astronomía internacional, llegó en 1871 a Córdoba, ciudad elegida por su tradición universitaria y sus cielos diáfanos.
Con equipamiento de vanguardia traído desde el extranjero y un equipo mixto de colaboradores argentinos y estadounidenses, Gould dio vida al Observatorio Nacional de Córdoba. Este no solo inauguró la astronomía científica en el hemisferio sur, sino que colocó a la Argentina en el mapa de los grandes proyectos astronómicos del siglo XIX. Su obra más célebre, la Uranometría Argentina, catalogó más de 7.000 estrellas del cielo austral, muchas de ellas registradas por primera vez con precisión.
El Observatorio fue, en palabras de su tiempo, un “templo de la ciencia”, símbolo del proyecto modernizador de Sarmiento: un país instruido, ordenado y capaz de producir conocimiento. A más de 150 años de su fundación, su legado sigue brillando en el firmamento científico argentino.
Aun así, en su momento fue cuestionado por la prensa y la clase política, que veían en este proyecto un gasto excesivo para un país pobre como el nuestro. Sarmiento respondió a las críticas de manera contundente:
“Es anticipado o superfluo, se dice, un observatorio en pueblos nacientes y con un erario o exhausto o recargado. Y bien, yo digo que debemos renunciar al rango de nación, o al título de pueblo civilizado, si no tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales”.
Incluso antes de su presidencia, el sanjuanino ya había comenzado a importar valor agregado desde el extranjero. En 1862 trajo a Buenos Aires al consagrado naturalista alemán Germán Burmeister, para que se hiciera cargo del museo porteño. Y, como es sabido, la historia del Malbec en Argentina también tiene a Sarmiento como protagonista. Durante su exilio en Chile, quedó fascinado por las técnicas agrícolas modernas y por la calidad de los vinos franceses. Así fue como gestionó la llegada del agrónomo francés Michel Aimé Pouget, quien arribó en 1853 contratado por el gobierno de Mendoza. Pouget tenía experiencia en vitivinicultura y fue designado para dirigir la Quinta Normal de Agricultura, una institución clave para la modernización del agro cuyano.
Pouget trajo consigo viveros de distintas variedades de vid francesas, entre ellas el Malbec, cambiando para siempre la historia de la vitivinicultura argentina.
Sarmiento no solo pensó en educar al pueblo: también quiso que la Argentina produjera como una nación moderna. Y lo hizo apostando al conocimiento técnico, a la inmigración especializada y a la innovación, incluso en cosas tan nobles como una copa de vino.
La vida de Sarmiento fue un viaje incesante por las alturas del pensamiento y la acción. Desde su lucha contra la barbarie hasta su fervor por la educación y la ciencia, se propuso modelar una nación a la imagen de la civilización que admiraba. Pero ese molde no lo labró en soledad: supo convocar a mujeres y hombres del mundo que, como él, creían en el poder transformador del saber. Las maestras norteamericanas, el astrónomo Gould, el naturalista Burmeister, el agrónomo Pouget… todos fueron piezas de un proyecto que apostó por traer al país lo mejor del conocimiento extranjero para sembrarlo en tierra argentina.
Sarmiento entendió que el progreso no se improvisa: se planifica, se importa, se educa y se cultiva. Su legado, atravesado por tensiones y críticas, no deja de ser monumental: una Argentina que se pensó a sí misma como parte del mundo, con las manos en el barro, sí, pero con la mirada puesta en las estrellas.