Aniversario
¿Qué recordamos los 24 de marzo?

Periodista.
El casi medio siglo transcurrido acaso permita ver aquel suceso desde la perspectiva de la historia y como insumo para el reencuentro.
Digámoslo de entrada: durante mucho tiempo una amplia porción de la sociedad argentina no supo muy bien qué hacer con esta conmemoración del 24 de marzo de 1976, aunque se cuidó muy bien de expresar esa incomodidad por temor a las represalias.
Por motivos que fueron modificándose con el correr de los aniversarios, casi hasta ahora mismo —medio siglo más tarde— no había chances de plantear el debate sobre la fecha y lo que podría llamarse “sus circunstancias”.
El debate propio de cualquier acontecimiento histórico no era posible en este. Lo concreto es que para muchos la fecha imponía apenas un silencio respetuoso o el liso y llano desinterés, a pesar de que desde distintos ángulos se insistía, en diversos tonos, en imponer un enfoque determinado y sin matices.
Ya se sabe que una cosa es la memoria, siempre subjetiva, siempre o casi siempre apasionada, y otra muy distinta es la historia, abierta al análisis plural, tendiente a la objetividad, y que da espacio a que las generaciones posteriores a los hechos puedan conocerlos e incorporarlos a la conciencia colectiva.
Pues bien: en este caso al entrecruzamiento habitual entre historia y memoria se sumaron algunas intermediaciones ideológicas, además de intereses de distinta índole que llevaron a situaciones bastante insólitas.
Veamos.
Para la pura reseña histórica, ese 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas depusieron y detuvieron a la presidenta constitucional, María Estela Martínez de Perón, clausuraron el Congreso, dieron por terminadas las funciones de casi todos los gobiernos provinciales y locales, y se hicieron cargo del gobierno.
El contexto era caótico desde hacía ya varios meses, en buena medida por la presencia y acción de organizaciones armadas que cometían, casi a diario, ataques contra personas e instituciones, con lo que se generalizaba una angustiosa sensación de vacío de poder en la sociedad.
Un año antes, en febrero de 1975, el gobierno había iniciado una acción militar contra esos grupos armados (Operativo Independencia), con epicentro en la provincia de Tucumán, y como resultado de esa decisión había habido combates, mientras continuaban los secuestros, homicidios y atentados con explosivos.
La presidenta Martínez de Perón fue detenida ese 24 de marzo y estuvo encarcelada cinco años en distintos lugares del país, lo mismo que algunos funcionarios, exgobernadores y exlegisladores. Recrudeció al mismo tiempo el método paraoficial de las “desapariciones” de personas, implicadas o no en organizaciones declaradas ilegales por gobiernos constitucionales, tales como Montoneros o el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Muchísimos argentinos apoyaron la irrupción militar —otra más, en una serie iniciada en 1930 y repetida luego muchas veces con propuestas de distintos colores políticos—. Naturalmente, ellos no sabían qué pasaría luego: simplemente sentían que se les sacaba de encima el lastre de la inoperancia gubernamental y creían que de ese modo se acabaría el miedo a los ataques de los irregulares.
Cuando después de la recuperación institucional de 1983 se estableció la recordación de aquel 24 de marzo de siete años antes, empezaron a percibirse señales de “astigmatismo”. La más obvia fue que en las conmemoraciones de aquellos sucesos no se incluía homenaje ni mención alguna a su víctima más notoria, la presidenta Martínez de Perón. Además, se notó un claro propósito de abstraer al hecho en sí de su génesis y prolegómenos. De esa manera las cosas se hacían más fáciles de explicar: los espacios en blanco que dejaba la crónica de lo sucedido se completaban con interpretaciones, en algunos casos, y en otros con meras opiniones convertidas en verdades indiscutibles.
Quiso imponerse desde un primer momento una visión binaria de malos-malísimos de un lado persiguiendo a buenos-buenísimos del otro, con el inmediato corolario de que cualquier “disidencia” en cuanto a esta dicotomía era suprimida sin miramientos. Por esa vía llegamos hasta los primeros años de este siglo, cuando la revisión crítica desde la investigación histórica ocasionó el resquebrajamiento de la muralla. Empezó a ser posible denunciar las acciones de los grupos armados, sin por eso dejar de criticar los métodos aplicados por el gobierno militar con el declamado objetivo de desarticularlos.
Empezó a poder decirse que Montoneros o el ERP no eran simples ONG de ayuda social, al mismo tiempo que seguían repudiándose las torturas y demás abusos de quienes los habían enfrentado.
La historia ha ido arreglando las cosas a su estilo, pausado y definitivo. Es que el insumo indispensable de la historia es la realidad, y la realidad suele vencer a los ideologismos que pretenden anularla.
Si miramos al 24 de marzo con la perspectiva de la historia estaremos haciéndole un gran favor a la democracia entendida como espacio apto como ningún otro para la convivencia. Porque la democracia necesita hechos e información, tanto del presente como –sobre todo- del pasado, para que todos estemos en condiciones de distinguir con claridad entre la verdad y las mentiras.
A pesar de todo, parece estar llegando a nosotros la hora propicia para avanzar hacia el encuentro. El Papa Francisco eleva al encuentro a la categoría de cultura, porque para ser perdurable debe embeber el espíritu de toda la sociedad. Siempre habrá lobos solitarios, pero su existencia no será importante si nos convencemos de que es bueno encontrarnos. Para eso habrá que hablar y escuchar a los adversarios. La idea de que al no escucharlos estamos castigándolos es una ridiculez peligrosa, un absurdo.
Para alcanzar ese encuentro deberemos recorrer los datos del pasado como lo planteaba Tácito a inicios del siglo II de nuestra era: sine ira et studio, o sea, sin ira ni apasionamientos. Siempre cuesta y va a seguir costando, por nuestra condición humana. Pero hay que sostener ese esfuerzo.
La vía de los enfrentamientos, del silenciamiento del adversario, de la “cancelación”, ya fue probada. Los resultados están ante nuestros ojos.