Género y polémica
¿Protección o abuso?: La hipersexualización de la infancia
En nombre de la inclusión y la diversidad, se están imponiendo una serie de prácticasque ponen en riesgo la inocencia infantil. ¿Estamos protegiendo a los niños o los estamos sometiendo a decisiones irreversibles sin su real consentimiento? La ausencia de datos, la manipulación ideológica y la falta de controles nos obligan a cuestionar el verdadero propósito de estas políticas.
En Argentina, el debate sobre la ideologización de la infancia ha alcanzado niveles alarmantes. En nombre de la "diversidad" y la "inclusión", se está imponiendo una agenda que atenta directamente contra la inocencia y el desarrollo natural de los niños. Nos encontramos con una realidad escalofriante: ciertos sectores progresistas promueven la transición de género en menores, sin que estos tengan la capacidad de discernir las consecuencias de decisiones tan drásticas e irreversibles.
La Ley 26.743 de Identidad de Género permite que los niños cambien su identidad registral con el consentimiento de sus representantes legales y la asistencia de un abogado del niño. Esto plantea una interrogante crucial: ¿de verdad un menor tiene la capacidad de tomar una decisión de esta magnitud? En cualquier otro ámbito, la ley reconoce que un niño no puede realizar modificaciones permanentes y/o significativas en su cuerpo, como podrían ser unos tatuajes, precisamente porque no tiene la madurez suficiente. Sin embargo, cuando se trata de modificar su identidad de género, de repente se los considera plenamente capaces.
Si bien la Defensoría de Niñas, Niños y Adolescentes y la Ley 26.061 dicen velar por la protección de los menores, parece que su aplicación es selectiva. La Convención sobre los Derechos del Niño, a la que Argentina está suscripta, establece que se debe priorizar el bienestar del menor por sobre cualquier ideología. ¿Realmente se está priorizando su bienestar, o simplemente se los está usando como campo de experimentación socialorquestado por un sector minoritario no solamente de la sociedad, sino de la política misma?
En respuesta a esto, podemos observar que existe un ocultamiento de los datos referentes a los jóvenes que se someten a estos tratamientos irreversibles, como tampoco existen datos concretos respecto a cuántos menores se inscriben en el ojo vigilante del estado como personas trasngénero. Esto es visible en los datos del Registro Nacional de las Personas (RENAPER), ya que estos revelan que, desde la sanción de la Ley de Identidad de Género en 2012, se realizaron 12.655 rectificaciones registrales. De ellas, aproximadamente el 55% correspondió a personas de entre 18 y 29 años, mientras que los datos sobre las personas no adultas no existen.
Incluso es visible, además de la omisión ventajosa de cierta información, un ocultamiento de las consecuencias de estas prácticas. Por ejemplo, investigaciones han señalado que los bloqueadores de la pubertad pueden tener efectos negativos en diversos sistemas del cuerpo, incluyendo el esqueleto, sistema cardiovascular, tiroides, cerebro, genitales, sistema reproductivo, sistema digestivo, tracto urinario, músculos, ojos, sistema inmunológico; como también el uso de agonistas de la hormona liberadora de gonadotropina (GnRH) puede aumentar las posibilidades de suicidio. Sumado a esto, se realizó un estudio con 237 participantes que reveló que el 70% se arrepintió de su transición tras darse cuenta de que esta estaba relacionada con otros problemas, como condiciones de salud mental comórbidas, trastornos del espectro autista, traumas o internalización de misoginia y homofobia; cuestiones que no fueron ni son mencionadas por la política, por el Estado y sus organismos judiciales, quienesson los que autorizan estas transiciones, o por los medios masivos de comunicación, quienes se encargaron durante años de trabajar en conjunto con la izquierda con el objetivo de promover estas aberraciones.
En este contexto, la pregunta final es inevitable: ¿realmente estamos protegiendo a nuestros niños, o los estamos exponiendo y descuidando? Bajo el disfraz de "inclusión" y "respeto", se están vulnerando los derechos fundamentales de las personas en desarrollo, imponiéndoles decisiones para las cuales no tienen capacidad de discernimiento. Es hora de frenar esta locura. La infancia debe ser un espacio de juego, aprendizaje y crecimiento sano, libre de manipulaciones ideológicas. Si un niño de cinco años dice que es un dinosaurio, no se lo somete a cirugías para parecerse a uno. Sin embargo, si dice que es del género opuesto, hay quienes están dispuestos a alterar su cuerpo y su vida de manera irreversible. No existen los menores trans. Jamás debemos de tolerar eso.