La salud de Bergoglio
Papa Francisco: El hombre que está solo y espera
Entre el deber y la humanidad, un líder espiritual enfrenta sus límites físicos con toda su voluntad.
Dios lo cuida, me dijo el padre Luis Costantino, general de los Oblatos. Él es un hijo para Francisco. Sanador, si lo hay. Todos atentos a su salud. A las bronquitis, sus fiebres, estamos acostumbrados. Siendo cardenal, compartíamos los palitos de anís, que compraba, Raquel, su fiel colaboradora. Parece que el anís es bueno para los bronquios. Bergoglio siempre trabajó muchísimo.
Me comentaba José Maria del Corral, director de la fundación pontificia Scholas Ocurrentes, que es inhumana la agenda del jubileo. Es él quien arma, porque manda, conduce, hace todo solo. Jamás va a leer algo que escriba otro. El mismo se ocupa de sus homilías y la correspondencia personal la responde a mano alzada. Es agotador seguirle el tren. En el Palacio Vaticano, se relajan cuando viaja, lo viven como un descanso. Desde el sínodo, en el pasado mes de octubre, empieza con las reuniones a las seis de la mañana.
Lucido, siempre oliendo a recién afeitado y con una sonrisa permanente. Así comienzan sus días. Es rebelde, siempre hizo su voluntad. Ahora que es Papa, más. Es muy difícil darle consejos. Ni los médicos se animan. Nadie se impone, ni tiene el carácter para hacerlo. Tres días antes debería haberse internado. No quería. Por fin lo convencieron. La fiebre es su límite, porque sabe que hay infección. La preocupación de los profesionales, más allá del tratamiento de la bronquitis, es el peso en el que está excedido. Esto le agudiza la dolencia de su rodilla.
El va a superar este trance. Francisco quiere vivir y Dios a su vicario lo precisa aquí en la tierra. El reposo absoluto, lo obliga a mantenerse aislado, sin contacto con nadie. No trascendió aún, pero está dando vueltas, un viaje a tierra Santa, ya estaban preparando las reuniones: un encuentro por La Paz. Hoy por hoy la última palabra la tendrán los médicos. Veremos cómo seguimos. Tiene tanto, pero tanto por hacer.
Es el primer líder espiritual del mundo. Los italianos lo aman. Todos los miércoles en la audiencia pública y los domingos en el Ángelus, el pueblo italiano levanta su pancarta: “Bergoglio orgoglio” ( orgullo). Hoy por hoy se encuentra como el hombre que está solo y espera. En tanto hago eso que él me enseñó, en los tiempos difíciles: leer el Evangelio, rezar a San José y dejar a Dios trabajar de Dios.