Una anécdota, una lección
La fe sencilla de un Papa grande

Sacerdote del Opus Dei
Un sacerdote recuerda un momento íntimo con el Papa Francisco y lo enlaza con las promesas del Evangelio. En su partida, resuenan aquellas palabras que una vez le dijo en voz baja: “Dios está arreglando las cosas muy bien”. Hoy, su vida entera parece confirmar esa certeza de fe.
San Pablo, en la primera carta a la iglesia de Corintio, dice que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman”. (I Cor 2,7); lo dice él que como señalará en la segunda carta a los Corintios (cfr. II Cor 12) recibió la gracia de Dios de tener una visión del cielo.
Estos textos me vinieron a la cabeza cuando me enteré de la muerte de nuestro Papa Francisco. Y los recordé, en relación con algo que sucedió cuando pude concelebrar con él en Santa Marta en junio de 2018.
Al finalizar la Misa, como hacía siempre, se quedó saludando a cada uno de los concelebrantes y de los asistentes (heroico si pensamos que eso lo hacía cada día, y que el número de personas que lo saludaban, pedían intenciones, mostraban fotos, eran más de 50 cada día).
Al despedirme, me dijo como hacía siempre, que rece por él.
Le contesté que sí, que lo hacía siempre, y que también estaba rezando por la situación de la Iglesia en Chile. Algunos recordarán la triste situación por la que pasaron en ese país, a raíz de la comprobación de los abusos cometidos por un influyente sacerdote, y el nombramiento que hizo el Papa -mal informado- de un obispo que había encubierto esos delitos. Pues bien, unos días antes habían estado en Roma todos los obispos chilenos buscando una solución a ese grave problema.
Francisco, con una mirada que me infundió una paz muy grande, tomándome de los codos -como muestra la foto- me dijo unas palabras que no olvidé jamás, y que muchas veces he meditado: ”quedáte tranquilo, porque Dios es tan bueno conmigo que está arreglando las cosas muy bien”
En esas pocas palabras intuí que se refería a su “error” cuando había defendido a un obispo que había actuado mal, apoyado en informes que no eran correctos.
Cuento esta anécdota -y la relaciono con los textos iniciales de Pablo- porque es lo primero que se me vino a la cabeza cuando me enteré de la muerte del Papa: ahora sí se habrá dado cuenta que esas palabras eran proféticas, pero que se quedaba corto: Dios era tan bueno con él, que ni se lo podía haber imaginado. Seguramente también él se habrá sorprendido de todo lo que Dios tiene preparado para los que lo aman.
Y si algo hizo Francisco fue amar a Dios y amar al prójimo (que es el modo en que amamos a Dios); y cada vez que tuvo detalles de cariño y misericordia con los necesitados -y los tuvo a miles y con miles- los tuvo con Dios. Ahora estará escuchando el “conmigo lo hiciste”, y “bien siervo bueno…, entra en el gozo de tu Señor” a comprobar “qué cosas tiene preparadas Dios para aquellos que lo aman” contenidas en el capítulo 25 de Mateo que tanto vivió y predicó.
Dije antes que he meditado muchas veces sus palabras. He comprobado que yo también puedo decir que “Dios es tan bueno conmigo”; y pienso que todos y cada uno podemos hacer esa experiencia: con todos es “tan bueno”. A todo nos ama, a todos nos perdona, a todos -también a los que le ha enviado cruces grandes- los consuela, y para todos tiene un cielo preparado “que no pasó a mente alguna por la imaginación” como dice el escrito paulino.
Quiera Dios que todos sigamos sus huellas, y que los argentinos no desperdiciemos su vida y su ejemplo, distraídos en discusiones ideológicas estériles. Una vez escuché a un periodista estadounidense decir que los argentinos nos habíamos quedado “con el Bergoglio histórico” y nos estábamos perdiendo “el Francisco de la fe” (haciendo un paralelismo con la errónea enseñanza de Bultmann sobre Jesucristo), y que así desperdiciábamos la riqueza de su doctrina.
Dios “ha sido tan bueno con todos nosotros que nos ha regalado al Papa Francisco”. Valorémoslo.