Por Tomás Dente
Nos han adoctrinado y casi sin darnos cuenta
Si. Lamento informarte que nos han adoctrinado. Casi sin darnos cuenta, pero de modo impetuoso nuestras libertades cada vez se fueron cercenando un poco más. En realidad era evidente que nos iban aleccionando sobre que decir o como comportarnos ante distintas situaciones. Pero estábamos como adormecidos, sumidos en un letargo en el cual la ideología populista que imperó durante tantísimos años fue moldeando el ideal de ciudadano.
Dentro de ese "ideal" amplio y confuso entrabamos todos. Y todos por igual: desde el buen vecino y el tipo trabajador hasta el delincuente, el holgazán y el matón bravucón. Todos dentro del mismo lodo, sin distinción alguna.
"Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador" reza parte de la letra del himno del inolvidable Julio Sosa. Algo similar a lo que hemos naturalizado en casi 20 abriles con el Kirchnerismo en el poder. Donde la "meritocracia" no era más que una de las tantas palabras archivadas en legajos insignificantes y la "honradez" ni más ni menos que el opio de la vida.
Pero no nos vayamos de eje. Muchos de los grupos de militancia fanática fueron marcándonos el camino de lo conveniente y de lo inconveniente. Y no había manera de rechistar. Premiar al vago y mantenerlo, cortar la calle a cualquier hora del día para manifestarse impunemente o comprender con piedad al asesino que salía a tirar tiros a mansalva. Ese era el camino a seguir. Insisto, sin rechistar.
Si una mujer pasa por delante tuyo y te llama la atención su presencia y garbo, ni la mires. Si salís a tomar algo con una chica que te interesa, no se te ocurra pagar la cuenta vos solito. Si le cedes el asiento del colectivo a una señora que viaja parada, vas directo a la hoguera. Prohibido piropear, reprobadas las galanterías. ¿Está claro?
Si a tu amigo excedido de peso le decías "gordo", si a tu hermana diminuta la llamabas "enana" y si a tu compañero de trabajo de tez bronceada le decías " negro" quedabas automáticamente fuera de la copa. El precepto era preciso: no se habla de los cuerpos ajenos.
Ni hablar el grado de culpa que te agarraba volver a reírte con El Mano Santa , Los 3 chiflados o Benny Hill. Te transformabas en un hereje. Todo ese humor se generaba en detrimento de otro.
Y bla bla bla.
Y bla bla bla.
Y bla bla bla.
Imposible salir de esa matrix.
Hasta que lo logramos.
Hace unos días Flor Peña insistió con dar nuevamente un debate sobre el humor en teatro y en TV. Y si bien no sonó a imposición, creo que la gente ya está hastiada.
No le digitemos más el rumbo a la ciudadanía. El límite está en el otro: cuando el otro te marque que tus modos lo lastiman, suficiente para replegarse y reconsiderarlo. Pero debates intrascendentes NO. Si bien celebro la diversidad y la heterogeneidad, hay una vasta parte de nuestra sociedad que todavía avala a Nicolás Maduro. Que denuncian censura cuando no la hay. Que ponderan la incidencia de Fidel Castro en una Cuba diezmada y deshumanizada. Tal vez ese sea el DEBATE que dejamos darnos. La crisis de valores que nos separan. Que nos dividen. Que nos alejan.
El resto es chiquitaje.
Y bla bla bla
Y bla bla bla
Y bla bla bla.