El asistencialismo populista
Los “Ni-Ni”: rehenes de los planes sociales
Las ayudas del Estado, lejos de resolver el problema de la pobreza, la consolidan. Además, son un instrumento de dominación electoral. Una situación insostenible.
Argentina, un país que alguna vez fue la potencia económica de Sudamérica, hoy está atado de pies y manos por una maraña de subsidios que han convertido la cultura del trabajo en una reliquia. Nos encontramos en una nación donde millones de personas viven del esfuerzo ajeno, sin la más mínima intención de romper con la cadena de dependencia que los mantiene cómodos en su situación. Son los “Ni-Ni”: ni trabajo, ni estudio.
¿Cómo llegamos a esto? Fácil: décadas de gobiernos populistas que han fomentado el asistencialismo y han destruido la ética del esfuerzo. Actualmente, según datos de ANSES, 17 millones de argentinos reciben algún tipo de asistencia del Estado, y de ellos, cerca de cuatro millones dependen 100% de estos subsidios sin otra fuente de ingresos. En un país con 46 millones de habitantes, esto significa que casi uno de cada tres argentinos vive del dinero de los contribuyentes. Esta situación no solo es insostenible económicamente, sino que también es una condena social: hemos fabricado generaciones enteras sin cultura del trabajo, con abuelos, padres e hijos que jamás han conocido lo que es un empleo formal.
Los gobiernos anteriores, en lugar de tomar medidas drásticas para terminar con esta epidemia de parasitismo, han ampliado los programas sociales, repartiendo dinero como si se tratara de caramelos. La Asignación Universal por Hijo, el plan Potenciar Trabajo, la Tarjeta Alimentar y otros 141 programas de asistencia no han hecho más que cronificar la pobreza. Y lo peor: han convertido la dependencia en un negocio para los punteros políticos, que utilizan estos planes como herramientas de control electoral.
Frente a esta crisis, el Estado ha implementado diversas iniciativas que, lejos de resolver el problema, parecen perpetuarlo. En la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, se han establecido los Centros de Inclusión Social (CIS), destinados a brindar alojamiento, alimentación e higiene a personas en situación de calle, con el objetivo de promover su reinserción social. Además, se ha habilitado la Línea 108, un servicio telefónico para reportar casos de personas en situación de calle y coordinar su asistencia.
A nivel nacional, se han propuesto revisiones en la asignación de planes sociales para hacer más eficientes los programas de asistencia y el gasto social, en línea con acuerdos internacionales. Sin embargo, estas medidas no abordan la raíz del problema: la falta de incentivos para que los desanimados abandonen la dependencia estatal y se integren al mercado laboral formal.
Los intentos del gobierno de fomentar el empleo a través de planes como Puente al Empleo han fracasado. Las empresas no contratan a aquellos que se inscriben en este programa por su incapacidad para desarrollar los distintos trabajos posibles, y los jóvenes, en su mayoría, no quieren trabajar por sueldos que consideran bajos en comparación con lo que pueden recibir de los subsidios sin mover un dedo. El propio Estado compite contra la voluntad de trabajo y sus propios proyectos de reinserción. ¿La solución? Terminar con estos beneficios indiscriminados, fomentar el trabajo y reintroducir la meritocracia como pilar fundamental de la sociedad.
Es hora de terminar con el modelo de país en el que el Estado es una niñera gigante que mantiene a millones que podrían incorporarse al mercado de trabajo. Los planes sociales deben ser eliminados progresivamente, con un límite de tiempo estricto y sin posibilidad de renovaciones infinitas. Deben reformarse con un enfoque que premie la inserción laboral, reducir la carga impositiva para empleadores que contraten beneficiarios y establecer un plazo máximo de asistencia podrían ser medidas efectivas para revertir la crisis. El trabajo debe volver a ser un valor central, y la meritocracia tiene que imponerse sobre el asistencialismo.
Si seguimos este camino de dependencia y beneficios sin fin, Argentina no tendrá futuro. Es momento de dejar de premiar la vagancia y volver a construir un país basado en el esfuerzo, la responsabilidad y el trabajo genuino. Basta de financiar la miseria. Basta de mantener a quienes no quieren contribuir. Es hora de despertar.