Entre el pueblo y la oligarquía
Los caudillos, unos oligarcas populistas

Historiadora.
Lejos de ser solo defensores del pueblo, los caudillos fueron en su mayoría élites que usaron símbolos populares para consolidar su poder y riqueza a expensas de sus seguidores.
Los caudillos han sido presentados muchas veces como representantes del pueblo y defensores de los sectores populares frente a las élites. Sin embargo, un análisis más profundo de su origen y de su accionar demuestra que estos líderes fueron, en su gran mayoría, miembros de familias acomodadas que defendieron los intereses de su propia clase social. Su capacidad para seducir a las masas radicó en su habilidad para adoptar las formas y el lenguaje del pueblo, pero sin renunciar a sus privilegios y fortunas.
Un testimonio revelador de esta paradoja lo ofrece José María Paz, quien conoció a Martín Miguel de Güemes en 1815 y observó cómo este último lograba atraer a las masas al mostrarse como uno de ellos, aunque no lo era. Güemes vestía de manera similar a los gauchos, pero con prendas de lujo, adornadas con cordones de oro y plata, y poseía una vasta colección de trajes. Juan Manuel de Rosas, otro exponente de esta estrategia, sedujo al pueblo con un discurso antioligárquico, a pesar de pertenecer a la élite ganadera bonaerense. En una carta a Santiago Vázquez en 1829, Rosas explicó cómo se ganó el favor de las clases bajas: "Me pareció preciso hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar sus intereses, en fin, no ahorrar trabajos ni medios para adquirir más su concepto".
Riqueza y poder: la verdadera cara del caudillismo
Pero la realidad era otra. Los caudillos acumulaban riquezas para financiar sus ejércitos privados y consolidar su poder. Esto les permitía apropiarse de tierras y bienes, actuando muchas veces como señores feudales con control absoluto de los recursos de sus provincias. Francisco Ramírez, por ejemplo, provenía de una familia de gran poder adquisitivo, emparentada con el marqués de Salinas y el virrey Juan José de Vértiz. De manera similar, Juan Felipe Ibarra, aunque afectado económicamente tras la muerte de su padre en 1789, jamás dejó de pertenecer a la oligarquía santiagueña.
Otros caudillos como Estanislao López, a pesar de las dudas sobre su origen, se insertaron en las redes de poder económico y político gracias a sus vínculos familiares. Su padre, Juan Manuel Roldán, pertenecía a una de las familias más influyentes de Santa Fe. En el caso de Güemes, su padre fue tesorero real, lo que le permitió crecer en un ambiente de privilegios y educación, poco accesible para la mayoría de la población.
Como señaló el mismo Fermín Chávez, Chacho Peñaloza perteneció a una familia relativamente pudiente. Contó con el apoyo de las familias de clase alta hasta el último momento, aunque son conocidos los bailes que estas organizaron para celebrar su muerte. El germen de aquel odio recae sobre los numerosos abusos que cometió, incluyendo formas de incrementar sus bienes: “Durante su época de liderazgo en La Rioja, Chacho Peñaloza acusó a un poblador local de haberle arrebatado unos terrenos. El dueño de esas tierras no encontró abogado en La Rioja que lo defendiera y perdió la disputa a manos de un juez temeroso. Recién cuando el caudillo fue derrotado y asesinado, los herederos del expropiado pudieron recuperar lo que por derecho les pertenecía”, nos señala Ignacio Montes de Oca.
Por su parte, Juan Bautista Bustos descendía de Pedro Bustos de Albornoz, miembro de la élite colonial e inmensamente rico. De su infancia y juventud no se sabe mucho. Al parecer, la familia dilapidó el patrimonio con anterioridad a su nacimiento. Sin embargo, Juan Bautista aprendió a leer y escribir, lo que —para los cánones de entonces— indica cierto poder adquisitivo. Durante su paso por Buenos Aires, alcanzó una posición acomodada actuando como comerciante y desposando a una joven acaudalada. Al gobernar, promovió solapadamente acciones convenientes a la clase alta para no perder su halo popular.
Los caudillos y la acumulación de tierras
La fortuna de los caudillos se incrementaba de manera exponencial una vez en el poder. Facundo Quiroga, por ejemplo, comenzó como miembro de una familia de la oligarquía riojana y, con su acceso a los recursos provinciales, expandió su riqueza mediante el control de la ganadería y el comercio. Logró monopolizar el mercado de carne, participó en la explotación de minas del Famatina y acuñó moneda propia. Al morir, su fortuna ascendía a más de 1.370.401 pesos, lo que en términos modernos equivaldría a una suma multimillonaria. Poseía tanto que actuó como prestamista de la provincia de Buenos Aires.
Juan Manuel de Rosas, el gran estanciero bonaerense, utilizó el aparato estatal para acrecentar su fortuna personal. Confiscó tierras y propiedades de sus opositores, beneficiando a su círculo cercano. Su estancia Los Cerrillos aumentó en casi cien leguas cuadradas, mientras que familias aliadas como los Anchorena y los Álzaga lograron consolidar latifundios descomunales bajo su protección. Desde su exilio, Rosas se lamentó de la ingratitud de aquellos a quienes había favorecido, recordándoles que gracias a él adquirieron tierras a precios ínfimos que luego se convirtieron en fortunas.
Otro caso emblemático es el de Justo José de Urquiza, quien al morir era dueño de más de 923.125 hectáreas de tierras en Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. Su poder económico se extendía también a la industria, controlando fábricas y negocios en su provincia.
El modelo de enriquecimiento de los caudillos se basaba en el despojo de bienes a sus opositores, la explotación de recursos estatales y la apropiación de tierras.
En definitiva, los caudillos no fueron representantes genuinos del pueblo, sino miembros de la oligarquía que lograron imponerse sobre otros de su misma clase, utilizando a los sectores populares como base política. Como lo define Rubén H. Zorrilla, se trató de un "populismo oligárquico" en el que los caudillos no compartieron el poder con las masas, sino que las utilizaron para sus propias disputas dentro de la élite. La riqueza y el poder de estos líderes se consolidó a costa de sus adversarios y bajo el disfraz de un discurso popular que no representaba la verdadera naturaleza de su posición en la sociedad.