#MurióBergoglio
Las buenas personas, de luto: murió un rebelde amado, usado y demonizado por la política

Periodista y Director de Newstad
Jorge Bergoglio, el silencio como política. La cruzada kirchnerista contra el Cardenal y el feliz encuentro con Milei.
Jorge vivió y murió como quería, en silencio, sin protagonismo. Su cerebro, usado sin pausa desde chico, dijo basta y permitió un derrame que lo fulminó para dar paso al comienzo del legado: Bergoglio ya es parte de la historia universal. La Argentina lo uso hasta el último día, le pidió mucho, mucho más de lo que podía dar, y él siempre estuvo a la altura de los pedimentos. Se va con Jorge un político impredecible, sesudo, pragmático y estoico, un hombre que mandó rosarios hasta las personas más odiadas por una parte del país. Nunca supo qué era eso del “qué dirán”.
La falta de interés por la aclaración o la desmentida le generaron más de una migraña, las curaba con su siesta de treinta minutos por la tarde. Todos habían hablado con él, todos lo conocían desde siempre, cualquiera sabía perfectamente qué pensaba sobre un tema o una persona: nadie tenía en general mal más mínima idea de lo que realmente pensaba en su fuero íntimo una cabeza privilegiada como la de Bergoglio.
Ya muy viejo, con una incipiente carraspera y la mirada cansina recibió a Javier Milei, tal vez el político más raro que se cruzó en su vida. Le cayó particularmente bien, y tenía motivos: Milei es un rebelde que cree que se pueden cambiar las cosas, y que, con razón o no, coincide con Bergoglio. Los viejos reproches no fueron motivo ni de comentario, un abrazo paternal para quien sufrió un padre violento bastaron para que Milei se fuera “bergoglista” y Bergoglio feliz de haberlo conocido.
Una telaraña de personas se anotaron como amigos del Papa, muchos revolucionarios de cartón, o simples ladrones disfrazados de senadores, dirigentes sociales o hasta de Presidentes o ministros juraron su amistad con Jorge, a sabiendas de dos cosas: era mentira y el Papa no lo iba a desmentir. El periodismo hizo su aporte mediante desinformaciones y operaciones de prensa sobre la gestión de Bergoglio que sólo sirvieron para distanciarlo del pueblo que en su amplísima mayoría lo amó.
Los máximos dirigentes de Argentina tuvieron relaciones irregulares, pero el Santo Padre puso la otra mejilla, sin antes mandar mensajes para que quede en claro su postura. Como peronista y estratega, supo aunar, reunir, persuadir, ordenar, bajar línea y conducir. Lo hizo sin pausa desde su laburo en Córdoba hasta su papado vaticano, siempre construyendo, sin pausa.
Los Kirchner lo odiaron, sintieron que Bergoglio conspiraba contra la entonces incipiente revolución de plastilina que encararon en 2003 y que sucumbió al compás de la caída del precio de los commodities. No dejaron maldad por hacerle, le mudaron el Tedeum, lo hicieron operar a través de los medios como a ningún dirigente, lo demonizaron aún siendo Papa, y aún así los recibió para mostrarles lo chiquitos que eran. Empezando por Cristina Kirchner, siempre chiquita.
Néstor Kirchner, siempre menos pomposo y más rústico que su mujer, había dicho sobre el Cardenal Bergoglio: "Nuestro Dios es de todos, pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas". Fue una de las tantas declaraciones de guerra con pólvora mojada que el kirchnerismo hizo para motivar a su militancia a hacer algo por alguien, por poco que sea, por vago que fuera el lema revolucionario.
Cristina Kirchner ordenó a La Cámpora a demonizar a Bergoglio, Juan Cabandié lo vinculó con la dictadura, el siempre servil Victor Hugo Morales y Cynthia Garcia, siempre un peso pesado, ponían en una zona de duda el comportamiento de Bergoglio en dictadura. Siempre chiquitos, siempre entre ellos, convenciendo convencidos y hablándole cada vez a menos personas. Así terminaron sus carreras, llenos de odio, en soledad y millonarios con orígenes difusos.
Después la historia es conocida: Jorge vio en Cristina una mujer sola, triste y sin futuro político. La recibió y ella lloro en privado más de una hora. El entendió eso como una reconciliación, preparó la otra mejilla y se acabó el teléfono descompuesto. Pidió expresamente que acompañen a la viuda de Kirchner, le preocupo su estado de fragilidad emocional. Eran tiempos en los que el país había pasado del “vamos por todo” a rezar para que se cumpla el mandato sin adelantar elecciones.
Con Mauricio Macri nunca tuvo química, tal vez representaban argentinas antagónicas, pero sí hubo vasos comunicantes que permitieron que la cosa no se enlode por demás. Desoyó el protocolo, viajó con su mujer en segundas nupcias, situaciónes menores pero que hicieron que la reunión fuera estrictamente lo acordado. Esteban Bullrich entre otros se encargaron de sostener con emisarios la relación durante la gestión de Cambiemos.
Finalmente llegó Alberto Fernandez, la mayor desilusión, lo usaron como siempre. Se sacaron fotos hasta los más oscuros. Esos que ni el Peronismo se anima a defender. Los mercenarios de los gremios aeronáutico, los colegas de ATE, todos hicieron la fila en nombre de la compasión para lograr una foto con el Papa, que los recibía únicamente para evitar mayores ruidos.
Así llego Alberto y con Alberto el aborto, algo que Jorge no pudo tolerar. Militar la muerte en Argentina era normal, lo hizo Cristina Kirchner, buena parte del PRO y casi todo el Peronismo, pero la legalización del aborto fue la gota que rebalsó el vaso. Fue un día muy triste para Jorge, que tomó ese hecho como un antes y un después.
Algún desprevenido podría pensar en la unión entre militar la muerte por parte de Cristina Kirchner y militar la vida por parte de Javier Milei. Esos datos en la cabeza de Bergoglio no eran menores. Siempre tan grande, todos ellos, siempre tan chiquitos.