Cristina vs. Kicillof, una pelea sin retorno
La interna peronista: un camino hacia la autodestrucción

Periodista.
El peronismo bonaerense vive su propia guerra civil entre facciones. Mientras los líderes se disputan el poder, el movimiento se desangra y le allana el camino a sus adversarios.
El peronismo en la provincia de Buenos Aires atraviesa una crisis que podría sellar su destino político en los próximos años. Lo que alguna vez fue un movimiento cohesionado y dominante hoy se ve desgarrado por luchas internas, ambiciones personales y decisiones que, lejos de fortalecerlo, lo están llevando al borde del abismo. En el centro de este torbellino están Cristina Kirchner y Axel Kicillof, dos figuras cuya incapacidad, más allá de gobernar, para priorizar la unidad sobre sus propios intereses está socavando las bases del peronismo y abriendo las puertas al oficialismo y al PRO, que no desaprovechan la oportunidad.
Todo comenzó con el anuncio de las PASO del Partido Justicialista bonaerense, fijadas para el 17 de agosto de 2025. Esta movida, impulsada por Máximo Kirchner con el respaldo explícito de Cristina y el guiño táctico de Sergio Massa, pretendía ser una renovación de las autoridades del PJ en la provincia. Sin embargo, lo que se presentó como un ejercicio supuestamente democrático pronto quedó al descubierto como una maniobra de poder. El objetivo real parece ser claro: consolidar el liderazgo de Máximo y, por extensión, el control de Cristina sobre el peronismo, mientras se limita la influencia de Kicillof, quien, al no poder reelegirse como gobernador en 2027, queda en una posición vulnerable.
Del dedazo a la daga: las PASO como campo de batalla
El anuncio de las PASO desató una ola de tensiones y traiciones, al mejor estilo Game of Thrones. El sector de Kicillof, conocido como el kicillofismo (¿en serio alguien puede llegar a considerarse kicillofista?), interpretó esta jugada como un ataque directo, un intento de relegarlo y controlar desde las sombras el futuro político de la provincia. Lejos de promover la unidad, las PASO se convirtieron en el primer capítulo de una guerra interna. Cristina, con su historial de imponer su voluntad sobre el peronismo, parece dispuesta a todo para mantener su relevancia y poder, incluso si eso significa fracturar al movimiento que dice defender. A la señora que no le gusta quedar obsoleta, que la manden a cuidar a sus nietos, y prefiere detonar todo. Estilo neroniano.
No dispuesto a quedarse de brazos cruzados, Axel Kicillof contraatacó con una decisión que elevó aún más la temperatura del conflicto: el desdoblamiento de las elecciones provinciales, programadas ahora para el 7 de septiembre de 2025, separadas de las nacionales del 26 de octubre. Con este movimiento, Kicillof busca fortalecer su liderazgo en Buenos Aires y desligar su destino del calendario electoral nacional, donde el peronismo podría enfrentar un escenario adverso frente a los libertarios. Sin embargo, lo que él defiende como una estrategia para "priorizar los problemas bonaerenses" ha sido recibido como una puñalada por el kirchnerismo.
La reacción no se hizo esperar. Cristina, visiblemente enfurecida, anunció su candidatura a diputada provincial por la tercera sección electoral, un bastión histórico del kirchnerismo en el conurbano bonaerense. Este paso no solo reafirma su intención de mantenerse como una figura central, sino que también envía un mensaje intimidatorio a Kicillof: no está dispuesta a ceder ni un centímetro de su poder. Mientras tanto, Máximo, como titular del PJ bonaerense, exigió la renuncia de funcionarios camporistas en el gabinete provincial, como una forma de castigar al gobernador y debilitar su estructura. Estas acciones, lejos de ser gestos de fortaleza, revelan una desesperación que pone en evidencia las fisuras del kirchnerismo.
La interna entre Cristina y Kicillof ha sacado a la luz las profundas divisiones dentro del peronismo. Desde La Cámpora, el brazo político de Máximo, se acusa al gobernador de traicionar los principios del movimiento y de poner en riesgo la unidad en un momento crítico. Algunos llegan a calificar su decisión de desdoblar las elecciones como "suicida", argumentando que fragmenta al peronismo frente a un gobierno nacional que avanza con firmeza. Por otro lado, Kicillof cuenta con el respaldo de algunos intendentes y sectores sindicales, pero su aislamiento del núcleo kirchnerista lo deja en una posición precaria.
La casta se inmola, la oposición aplaude
Sergio Massa, Ventajita, ha intentado posicionarse como mediador, llamando a la unidad bajo el paraguas de Unión por la Patria. Sus palabras suenan vacías en medio de un enfrentamiento que ya parece irreconciliable. Massa, con su habitual pragmatismo, también busca sacar provecho del caos, esperando que las divisiones le permitan emerger como una alternativa viable en el futuro. Se olvida, claro está, su reciente derrota y, peor, su pésima gestión económica, con Alberto presidente. Pero mientras los líderes peronistas se pelean por el control, el movimiento pierde cohesión y credibilidad ante los ojos de la ciudadanía. Sin quererlo, le dan la derecha a Milei: la casta solo quiere poder y más poder.
El desorden interno del peronismo no pasa desapercibido para el PRO. Mauricio Macri ha salido a señalar las debilidades de sus históricos adversarios. Aunque su foco principal ha sido criticar al gobierno de Milei y su "triángulo de hierro" —compuesto por el presidente, su hermana Karina y el asesor Santiago Caputo—, también ha dejado caer comentarios que resaltan el caos peronista. Macri ha defendido el respaldo del PRO a ciertas medidas del gobierno libertario, pero no ha dudado en señalar que la división del peronismo es una oportunidad de oro para la oposición. Sus palabras, aunque matizadas, reflejan una realidad innegable: Cristina y Kicillof, con sus peleas internas, están haciendo el trabajo sucio de sus rivales políticos.
Las acciones de Cristina y Kicillof están llevando al peronismo a un punto de no retorno. La candidatura de Cristina, presentada como un acto de resistencia, no es más que un intento desesperado por aferrarse a una influencia que se desvanece. Su decisión de presionar a Kicillof con renuncias y amenazas solo profundiza la fractura, mostrando una líder más preocupada por su legado personal que por el bienestar del movimiento. Kicillof, por su parte, con su desdoblamiento electoral, prioriza su supervivencia política sobre la unidad, ignorando que su maniobra podría costarle caro tanto a él como al peronismo en su conjunto.
El resultado es un peronismo debilitado, incapaz de presentar un frente unido contra Milei y la oposición. Las disputas por el poder, las acusaciones de traición y las ambiciones desmedidas están dejando al movimiento en una posición vulnerable, mientras sus adversarios observan con satisfacción. Intendentes, sindicalistas y militantes de base, atrapados en medio del fuego cruzado, comienzan a cuestionarse si vale la pena seguir defendiendo a líderes que parecen más interesados en sus propios intereses que en el futuro del peronismo. Ambos están conduciendo al movimiento hacia su propia autodestrucción. Finalmente, si eso sucediese, habrían hecho por primera vez algo positivo para la Argentina.