Post marcha de los barrabravas
La hora de la verdad: Milei con orden o el caos con muertes

Periodista.
Momentos para defender al Gobierno más allá del plan. La intentona de los barrabravas y el plan de Patricia Bullrich que funcionó. El problema de Bóric y un Chile que casi se prende fuego.
Hay momentos en la historia en que los gobiernos deben elegir: ceder al caos o defender el orden. En Chile, en 2019, Sebastián Piñera enfrentó esa disyuntiva y optó por la firmeza. En Argentina, hoy, Javier Milei y Patricia Bullrich hacen lo mismo. Frente a las protestas violentas del 12 de marzo de 2025 frente al Congreso, con piedras, molotovs y ataques a la policía, el gobierno argentino no titubeó: desplegó a las fuerzas de seguridad para proteger la estabilidad que el país necesita desesperadamente. Y yo estoy de su lado, como estuve del lado de Piñera cuando enfrentó una amenaza similar. Porque la alternativa —la debilidad, el diálogo con quienes solo buscan destruir— abre la puerta al regreso de la izquierda, como vimos en Chile con Gabriel Boric.
En octubre de 2019, Chile explotó. Lo que empezó como una protesta por 30 pesos en el precio del metro se convirtió en un estallido de violencia: estaciones incendiadas, supermercados saqueados, enfrentamientos con Carabineros. Piñera, un líder pragmático que entendía la importancia de la estabilidad, no se quedó de brazos cruzados. Declaró el estado de emergencia, impuso un toque de queda y envió al ejército a las calles. "Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable", dijo, y tenía razón. No eran solo estudiantes indignados; había una minoría violenta, organizada, que quería derribar el orden democrático. Entre ellos, los mapuches radicalizados, especialmente en el sur, jugaron un rol clave: ataques a propiedades, quema de iglesias y emboscadas a la policía fueron su marca en ese caos. Piñera los enfrentó porque sabía que ceder era perder.
Hoy, en Argentina, veo un eco de esa batalla. El 12 de marzo, mientras Milei impulsa un ajuste económico imprescindible para sacar al país del abismo que dejó el kirchnerismo, un grupo de manifestantes —instigados, según el gobierno, por intendentes peronistas como Fernando Espinoza y Federico Otermín— atacó el Congreso. Piedras contra escudos, molotovs contra uniformes, y un fotógrafo herido por un gas lacrimógeno que, como dijo Bullrich, "rebotó en una barricada".
¿Quiénes estaban ahí? Los "barrabravas" de la política: esos grupos violentos que el kirchnerismo usa como ariete para desestabilizar. Son los mapuches de nuestro tiempo, no por etnia, sino por táctica: caos premeditado, lealtad ciega a una causa perdida y desprecio por la autoridad. Milei y Bullrich, como Piñera, entendieron que no se negocia con quienes prefieren el fuego a la razón.
La similitud entre ambos casos es innegable. En Chile, Piñera culpó a una izquierda que "fogoneaba" el desorden, desde el Partido Comunista hasta el Frente Amplio, mientras los mapuches en el sur aprovechaban para escalar su guerra contra el Estado. En Argentina, Bullrich señala al kirchnerismo como el cerebro detrás de los "barrabravas" que arrojaron piedras y montaron barricadas.
En ambos países, las fuerzas de seguridad fueron el muro contra el colapso: Carabineros y el ejército en Santiago, la Policía Federal en Buenos Aires. Y en ambos, los gobiernos defendieron a sus agentes. Piñera respaldó a los uniformados pese a los heridos; Bullrich justificó al policía que hirió a Pablo Grillo y al que empujó a Beatriz Bianco, una "señora patotera" que, según ella, agredió primero. Los errores existen, sí, pero ¿qué alternativa hay cuando el enemigo no respeta reglas?
Porque eso es lo que son: enemigos del orden. Los mapuches radicales en Chile no querían dialogar; buscaban desgastar a Piñera con violencia rural y urbana. Los "barrabravas" argentinos, alimentados por el peronismo, no protestan por los jubilados: quieren frenar a Milei, el primer presidente en décadas que se anima a cortar el clientelismo y el gasto público descontrolado. En 2019, Piñera enfrentó saqueos y ataques que costaron miles de millones; en 2025, Milei lidia con barricadas y destrozos que amenazan su plan de reconstrucción.
Ambos eligieron la misma respuesta: fuerza, detenciones, control. Piñera arrestó a más de 10,000; Bullrich detuvo a 124, y aunque una jueza blanda como Karina Andrade liberó a la mayoría, el mensaje quedó claro: este gobierno no se rinde.
Pero hay una advertencia en esta historia, y Chile la vivió en carne propia. La firmeza de Piñera no fue suficiente para evitar el desgaste. Las críticas por los heridos y muertos, y la presión internacional lo obligaron a ceder terreno. Prometió un plebiscito constitucional, y aunque mantuvo el orden inmediato, el daño político fue fatal.
En 2021, la izquierda aprovechó el descontento: Gabriel Boric, un exlíder estudiantil de las protestas, llegó al poder. Hoy, Chile está en manos de un gobierno que exalta las demandas del estallido y coquetea con el populismo que Piñera combatió. Si Argentina no aprende, el destino será el mismo.
Imaginemos una escalada aquí. Si las protestas del 12 de marzo se repiten como prometieron para la semana próxima, si los "barrabravas" y el kirchnerismo logran convertir cada ajuste en un campo de batalla, Milei podría debilitarse. La oposición K (y algunos filo-K como Lousteau) ya grita "represión" por cada gas lacrimógeno; la prensa amplifica cada herido como si fuera una masacre. Si el gobierno afloja, si duda en respaldar a Bullrich y su mano dura, el vacío lo llenará la izquierda. El kirchnerismo, con su maquinaria aceitada, espera agazapado para volver al poder, como Boric lo hizo en Chile. Y entonces, adiós al sueño de un país sin subsidios eternos, sin inflación galopante, sin los "barrabravas" de la política viviendo del Estado.
Por eso apoyo a Milei y Bullrich, como apoyé a Piñera. No porque la fuerza sea bonita, sino porque es necesaria. En Chile, los mapuches y los violentistas quisieron doblegar al gobierno; en Argentina, los "barrabravas" y el kirchnerismo buscan lo mismo. Piñera usó tanques y Carabineros; Milei y Bullrich usan escudos y gases. Ambos entendieron que el orden es el cimiento de cualquier cambio real. Las críticas vendrán —la ONU condenó a Chile, y ya hay ONG mirando a Argentina—, pero el costo de no actuar es mayor. Piñera lo pagó caro: perdió el relato y dejó la puerta abierta a Boric. Milei no puede permitirse eso.
A los que dudan, les digo: miren Chile. La izquierda no construye; parasita el desorden. Los "barrabravas" no son héroes populares; son herramientas de un kirchnerismo que añora sus días de despilfarro. Bullrich, con su firmeza, y Milei, con su visión, son la barrera contra ese retroceso. Si los dejamos caer, si cedemos al caos, el próximo presidente podría ser un nuevo Boric, y Argentina no lo soportaría. El orden no es negociable. Piñera lo sabía. Milei y Bullrich también.