LIBRE MERCADO
La fatal arrogancia
Opiniones coherentes o saber reconocer errores.
Hayek solía referirse a este concepto para describir a quienes pretenden saber o conocer tanto sobre todo como para arrogarse el derecho de intervenir “sabiamente” por sobre las leyes del libre mercado sin generar distorsiones o consecuencias peores a largo plazo de las que intentan resolver.
Algunos opinólogos de medios tradicionales han tomado como un derecho adquirido la influencia sobre sus televidentes u oyentes que otrora no tenían mucho más acceso a la información que aquélla que estos popes de la opinión pública podían brindarles.
El uso extendido de las redes sociales ha generado un proceso de democratización muy generoso. Por un lado permitiéndole a cualquier sujeto expresar lo que piensa y lo que siente (en ocasiones con excesos) y por el otro facilitando el acceso a la sociedad de variadas fuentes de informaciones y/u opiniones que en muchos casos irrita, enoja y muestra las peores caras de estos popes, antes intocables y que ahora sienten que pierden la exclusividad del púlpito sagrado.
Hay temas que resultan de una baja complejidad conceptual y alto voltaje emocional donde todos podemos expresar nuestro punto de vista con justificaciones más o menos fundamentadas, incluso acudiendo a nuestras creencias, principios o tradiciones en las que fuimos educados. El debate del aborto en su momento fue un ejemplo de algo en lo que todos pudimos involucrarnos.
Sin embargo, existen cuestiones que admiten menos discusión conceptual porque parten de verdades científicas cuyas verificaciones están ampliamente extendidas y evidenciadas en el mundo. Que el uso del preservativo previene el contagio de enfermedades de transmisión sexual no debería ser objetado por nadie que tenga sentido común y un mínimo de lectura científica sobre la materia.
Dentro de estos temas científicos, hay otros que admiten opiniones siempre que partas de una base de conocimientos mínimos que te permita ser coherente entre tus premisas y sus consecuencias; y si no podés serlo, que al menos tengas la honestidad intelectual como para admitir el error o la ignorancia sobre el tópico en cuestión.
La economía está dentro de este último grupo. La medicina, la sicología, también. Admiten matices pero no se puede tapar el sol con la mano. Hay unos pocos precios madre que rigen nuestras vidas y algunos otros que se reacomodan en base a los otros: los salarios, las tarifas, los impuestos y la ganancia empresaria incluida dentro de los precios de los bienes y servicios.
Si para corregir alguno de estos precios usás una devaluación nominal y partís de la base que los precios de los bienes están bien, no cabe duda que la variable de ajuste sugerida a la baja es la del salario. Podés enojarte cuanto quieras pero no caben otras interpretaciones. Y eso sin contar que en una economía bimonetaria, corregir competitividad vía tipo de cambio es una ilusión ficticia porque nuestra moneda copia casi inmediatamente a la que usamos como referencia de valor: el dólar.
Por esta razón no hay muchas más alternativas que seguir buscando competitividad achicando el gasto público para poder bajar la carga impositiva sin generar déficit fiscal. Todo lo demás es realimo mágico. Y hasta en el Macondo de Cien años de Soledad se terminan verificando los dilemas de un estado ineficiente y abusivo.
Lo que se ve mucho por estos tiempos es la vigencia cada vez menos exclusiva de popes que al ser expuestos en sus contradicciones provenientes de errores conceptuales groseros sólo atinan a gritar, ponerse violentos y descalificar a quienes se ven obligados a poner tales verdades en evidencia.
Allí se impone el principio de revelación y queda expuesta la fatal arrogancia de quienes no pueden sostener lo que pretenden imponer como realidad a su audiencia.
Es que se acabaron los tiempos del monopolio de la verdad que otrora te daban la fama y las cámaras de TV. Hoy la gente sabe cómo actuar y toma recaudos. Analiza desde qué lugar habla cada uno y sobre todo, cuáles son los méritos y pergaminos para hacerlo.
Muchos creerán que esta columna está muy condicionada por una mala experiencia puntual en el ejercicio de un oficio que me parece fascinante y difícil y sobre el que apenas estoy aprendiendo y dando los primeros pasos. Intento correrme de ese lugar y analizarlo como un observador de lo que pasa en los medios.
La gente quiere menos mensajes monocordes con interlocutores que se miren entre ellos y se den la razón en todo de lo que dice el otro.
Los medios tradicionales tienen la oportunidad de reconquistar un público reacio a ellos si son capaces de reconvertir sus formatos con contenidos que sean entretenidos y que informen desde el intercambio incluso acalorado pero sin gritos, sin violencia, sin maltrato y sobre todo sin conventillo.