#Familia/La faceta más desconocida del Libertador
San Martín en familia: entre batallas y disputas

Historiadora.
Más allá de sus hazañas militares, José de San Martín enfrentó desafíos personales igual de complejos. La relación con su suegra, el desacuerdo por la custodia de su hija y su exilio en Europa muestran el lado más íntimo de un prócer que también fue padre y abuelo.
Tras el misterioso encuentro que San Martín tuvo con Simón Bolívar en Guayaquil, el Libertador decidió regresar a Europa. Pasó antes por Mendoza y de allí partió hacia Buenos Aires dónde hacía poco había fallecido su esposa, Remedios de Escalada. Si cruzar los Andes fue toda una epopeya, enfrentar a su suegra se convirtió en otra.
Ya viuda, doña Tomasa de la Quintana -nombre de la susodicha- pretendía quedarse con la hija del prócer a quien cuidaba desde hacía cuatro años. Jamás aprobó el casamiento de su hija con San Martín, al que siempre llamó "plebeyo" o "soldadote". A todo esto debemos sumar que vio a Remedios morir llamándolo sin consuelo. El aborrecimiento era totalmente mutuo, por lo que no se dirigían la palabra.
Doña Tomasa era tía de Tomás Guido, hijo de su hermana, por lo que el fiel amigo de San Martín le recomendaba que dejara a la pequeña al cuidado de su abuela. Pero la respuesta fue negativa.
Finalmente, Manuel de Escalada -hermano de Remedios y Granadero- intercedió y convenció a su madre de entregar a la pequeña. El 10 de febrero de 1824, la niña zarpó hacia Europa con su padre, quien era para ella un completo extraño.
El viaje al Viejo Continente duró dos meses que al general debieron parecerle siglos, pues Merceditas se volvió insufrible. "Qué diablos -contó tiempo después a Manuel de Olazábal en una carta- la chicuela es muy voluntariosa e insubordinada, ya se ve, como educada por la abuela; lo más del viaje la pasó arrestada en un camarote". Según el ilustre padre, doña Tomasa con su "excesivo cariño" la había convertido en un "diablotín". Pero si pudo enfrentar una elevada y peligrosa cordillera, además de numerosos ejércitos, una niña no significó un gran problema.
Padre e hija se establecieron en Francia y luego en Gran Bretaña, donde Mercedes cursó sus estudios en el Hampstead College de Londres. Al finalizar su educación, ambos se trasladaron a Bélgica por un tiempo antes de regresar nuevamente a Francia, país al que volverían su hogar.
Debido a las agitadas revoluciones que sacudían el país, decidieron dejar París y mudarse a una localidad más tranquila: Boulogne-sur-Mer. Fue allí cuando en 1831, ambos contrajeron cólera y fueron atendidos por el médico argentino Mariano Severo Balcarce. Un año después, el 13 de septiembre de 1832, Mercedes y Balcarce contrajeron matrimonio. El joven era hijo del desaparecido Antonio Balcarce, amigo del Libertador y segundo en el Ejército de los Andes. Ambos habían compartido cicatrices de Cancha Rayada y Maipú.
Por compromisos políticos de Balcarce, la pareja regresó a Buenos Aires, donde el 14 de octubre de 1833 nació su primera hija, María Mercedes. Cabe destacar que aún vivía doña Tomasa de la Quintana, quién además de bisabuela se convirtió en madrina de la pequeña. A fines de 1835 volvieron a Francia y se instalaron en la propiedad que San Martín poseía en Le Grand-Bourg (actualmente parte del suburbio parisino de Évry-Courcouronnes). Allí, el 14 de julio de 1836, nació su segunda hija, Josefa Dominga.
Mariano era médico y representaba diplomáticamente a la Argentina en Francia. Comenzó prestando este servicio a Rosas y lo hizo hasta 1885, incluyendo la primera presidencia de Julio Argentino Roca. Mercedes pasaba sus días cuidando a las niñas y pintando, una afición que compartía con don José.
En esta época Florencio Balcarce —hermano de Mariano— los visitó:
“Tengo el placer —escribió— de ver la familia un día sí y otro no. Iría todas las semanas si los buques de vapor estuvieran del todo establecidos. El general goza a más no poder de esa vida solitaria y tranquila que tanto ambiciona. Un día lo encuentro haciendo las veces de armero y limpiando las pistolas y escopetas que tiene; otro día es carpintero y siempre pasa así sus ratos en ocupaciones que lo distraen de otros pensamientos y lo hacen gozar de buena salud. Mercedes se pasa la vida lidiando con las dos chiquitas que están cada vez más traviesas. Pepa, sobre todo, anda por todas partes levantando una pierna para hacer lo que llama volantín; todavía no habla más que algunas palabras sueltas; pero entiende muy bien el español y el francés. Merceditas [nieta mayor de San Martín] está en la grande empresa de volver a aprender el a b c que tenía olvidado; pero el general siempre repite la observación de que no la ha visto un segundo quieta”.
Tras la muerte del prócer, la familia sufriría otro gran golpe: Mercedes Balcarce falleció en 1860, a los 27 años, sin dejar descendencia.
A diferencia de su hermana, Josefa vivió hasta principios del siglo XX y fue testigo del creciente reconocimiento de la figura de su abuelo en Argentina. Mantuvo vivo el legado sanmartiniano y contribuyó a la preservación de su memoria, donando todas las pertenencias de su abuelo al Museo de Historia Nacional argentino.
Además, como digna nieta de San Martín y Balcarce, participó de la Primera Guerra Mundial. Transformó momentáneamente su hogar en el Hospital Auxiliar N.° 89, adquiriendo un centro de operaciones muy moderno para entonces. Cumplió ochenta años entre soldados malheridos y moribundos, a quienes consolaba en sus últimos momentos. En reconocimiento Francia le otorgó la Legión de Honor. Su fundación aún existe, refugió a muchas familias judías durante la Segunda Guerra Mundial y hoy es un asilo de ancianos.
El legado de San Martín no solo se mantuvo vivo a través de la historia oficial, sino también en su familia. Su nieta, Josefa Dominga Balcarce, cerró con su vida el círculo de una historia de sacrificios, donde el espíritu sanmartiniano trascendió el campo de batalla para convertirse en un símbolo de entrega y servicio.