El Papa que desordenó el tablero
Francisco según el mundo

Periodista.
Fue el primer Papa latinoamericano y no dejó a nadie indiferente. Reformista, crítico del poder y defensor de los últimos, transformó el perfil del Vaticano con gestos simples y decisiones profundas. Su muerte abre una pregunta inevitable: ¿quién se animará a seguir su rumbo?
La muerte del Papa Francisco ha despertado en los principales medios del mundo un ejercicio urgente y apasionado de memoria. Más allá del homenaje, lo que se libra es una discusión sobre su legado. No fue un Papa más. Fue el primero del hemisferio sur, el primero latinoamericano, y eso —como señaló Time— lo marcó de manera indeleble. Como escribió Omar G. Encarnación, profesor de política en Bard College, “Francisco no salvó al catolicismo en América Latina, pero ciertamente lo transformó a imagen y semejanza del continente”.
Encarnación destaca que Francisco fue el primer Pontífice en traer al Vaticano el espíritu de la Teología de la Liberación, aquella corriente nacida en Medellín en 1968 que combinaba el Evangelio con la denuncia de la pobreza estructural y el poder represivo. Aunque en su juventud Bergoglio se mostró reacio a ella —en los años más crudos de la dictadura argentina—, ya en Roma no solo rehabilitó a sus líderes, como Gustavo Gutiérrez, sino que impregnó su pontificado de su lenguaje. Su primera exhortación papal, Evangelii Gaudium, denunció “la idolatría del dinero” y el “capitalismo sin frenos como una nueva tiranía”. Una voz que no dudó en incomodar al norte desde el sur.
Desde Madrid, El País lo definió como “un Papa reformista”, comprometido con los pobres, los migrantes y los descartados. La periodista Lucía Magi destacó cómo renunció al boato pontificio, prefirió vivir en una residencia modesta y predicó una “Iglesia de puertas abiertas”. Su enfoque progresista no se quedó solo en gestos: impulsó reformas estructurales en la Curia, endureció la lucha contra los abusos y dio señales de apertura hacia las mujeres y el colectivo LGBT+, aunque sin llegar a romper con la doctrina.
En Le Monde, la socióloga Danièle Hervieu-Léger subrayó que Francisco “escapa a todas las categorías tradicionales” del mundo católico. Si la derecha francesa lo acusó de comunista, la izquierda lo adoptó como propio por su enfoque social, ambiental y espiritual. “Su pontificado es inasible”, escribió, “porque responde más a una sensibilidad evangélica que a una ideología”.
Esa misma complejidad fue reconocida desde Der Spiegel, donde se destacó su papel como “abogado del Sur Global”. En Alemania, donde el catolicismo lidia con crisis de credibilidad, sorprendió su contundencia al hablar del cambio climático como un problema moral. En Laudato Si’, alertó sobre el daño ecológico y cómo este afecta con más crudeza a los pobres. En 2019, el Sínodo de la Amazonía mostró a un Papa preocupado por las culturas originarias y la devastación de la selva como emblema del descuido del planeta.
Desde el otro lado del Atlántico, El Tiempo de Colombia sintetizó así su impacto: “El mundo no solo despide a un líder religioso, sino a un símbolo de humildad, lucha y transformación”. Y El Universal de México coincidió al destacar que fue “un humanista que tocó el corazón de los creyentes y de muchos no creyentes”.
Más crítica fue la recepción en The Times de Londres, donde cartas de lectores elogiaron su empatía con los pobres pero lamentaron su falta de firmeza doctrinal o sus declaraciones incómodas en geopolítica. La tensión con sectores ultraconservadores —que creció hasta sus últimos días— también pone interrogantes sobre el futuro inmediato: ¿seguirá el próximo Papa la senda franciscana o volverá la Iglesia a su rigidez preconciliar?
Lo cierto es que, como escribió Encarnación en Time, “Francisco será difícil de reemplazar”. Y no solo por sus reformas institucionales. Fue, ante todo, un símbolo: un Papa que habló con acento argentino, que entendió la fe desde los márgenes, y que se atrevió a decir, sin temor a la polémica, que “una Iglesia encerrada en sí misma se enferma”. Su voz seguirá resonando —en Roma y fuera—, como un eco incómodo, esperanzado y profundamente latinoamericano.