El legado espiritual y político de Jorge Bergoglio
Francisco, el Papa del fin del mundo: vida, obra y legado

Historiadora.
Desde Buenos Aires al Vaticano, el legado de un pontífice que desafió tradiciones y marcó el siglo XXI.
Desde su elección en 2013 como el primer Papa latinoamericano de la historia, Jorge Mario Bergoglio —conocido en todo el mundo como Francisco— se convirtió en una figura central del catolicismo contemporáneo. Su pontificado rompió con siglos de tradición europea e introdujo una nueva forma de ejercer el poder espiritual: más cercana, austera y comprometida con los desafíos del siglo XXI. Su vida, sin embargo, había comenzado muy lejos de la Plaza de San Pedro.
Orígenes porteños
Nacido el 17 de diciembre de 1936 en el barrio de Flores, en Buenos Aires, Bergoglio fue el hijo mayor de una familia de inmigrantes italianos de clase media. Su padre, Mario, trabajaba como contador en el ferrocarril, y su madre, Regina Sivori, se dedicaba al hogar. Estudió en escuelas públicas y desde joven mostró una inclinación por la lectura, la reflexión y el compromiso con los demás.
Los Bergoglio llegaron a Buenos Aires en 1936. Como ha explicado la hermana del Papa, María Elena Bergoglio: «La situación era difícil, pero las cosas que necesitaba nuestra familia no nos faltaban. Recuerdo que mi padre repetía a menudo que la llegada del fascismo era la razón que realmente le había empujado a abandonar Italia».
«Tres hermanos de mi abuelo estaban acá desde el año 1922 —les explicaba el cardenal Jorge a los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti en el libro-entrevista El jesuita (publicado en Argentina en 2010 por la editorial Vergara)—, y habían creado una empresa de pavimentos en Paraná. Allí levantaron el palacio Bergoglio, de cuatro pisos, que fue la primera casa de la ciudad que contó con ascensor… En cada piso vivía un hermano.»
Sobre su infancia Bergoglio recordaba con emoción: «[Jugaba] a la brisca y otros juegos de naipes. Como papá jugaba al baloncesto en el club San Lorenzo, nos llevaba a veces. Con mamá escuchábamos los sábados a las dos de la tarde las óperas que pasaba Radio del Estado (hoy Radio Nacional).
Nos hacía sentar alrededor del aparato y, antes de que comenzara la ópera, nos explicaba de qué trataba. Cuando estaba por empezar algún aria importante, nos decía: ‘Escuchen bien…’. La verdad es que estar con mamá, los tres hermanos mayores, los sábados a las dos de la tarde, gozando del arte, era una hermosura».
Bergoglio recordaba de buena gana los momentos compartidos en familia, entre ellos los que transcurrían cocinando. «Mamá quedó paralítica después del quinto parto, aunque con el tiempo se repuso. Pero, en ese lapso, cuando llegábamos del colegio la encontrábamos sentada pelando papas y con todos los demás ingredientes dispuestos. Entonces, ella nos decía cómo teníamos que mezclarlos y cocinarlos, porque nosotros no teníamos idea: ‘Ahora, pongan esto y esto otro en la olla y aquello en la sartén…’, nos explicaba. Así aprendimos a cocinar. Todos sabemos hacer, por lo menos, milanesas.»
De niño, Jorge jugaba al fútbol con los chicos del barrio de su misma edad. Le gustaba el deporte. Y al crecer se haría también un apasionado del tango.
Cuando acabó la escuela primaria, su padre le dijo que, además de estudiar, tendría que ponerse también a trabajar. Trabajó primero en una fábrica de calcetines que era cliente y luego en un laboratorio.
Descubrimiento de su vocación
A sus 17 años, el 21 de septiembre, Jorge Mario tenía planeado celebrar el Día del Estudiante con una excursión junto a sus compañeros, pero un hecho inesperado cambió el rumbo de su vida. Al visitar sin un motivo concreto la iglesia de San José de Flores, conoció a un sacerdote cuya espiritualidad lo conmovió profundamente. Durante una confesión, sintió con claridad el llamado a la vida religiosa. Esa experiencia fue tan transformadora que decidió no asistir al encuentro con sus amigos y, en cambio, volvió a su casa con la firme convicción de que quería ser sacerdote.
«En esa confesión me pasó algo raro, no sé qué fue, pero me cambió la vida; yo diría que me sorprendieron con la guardia baja —les contó Bergoglio a los periodistas Rubin y Ambrogetti—. Fue la sorpresa, el estupor de un encuentro; me di cuenta de que me estaban esperando. Eso es la experiencia religiosa: el estupor de encontrarte con quien te está esperando. Desde ese momento para mí Dios se convirtió en aquel que te precede. Uno lo está buscando, pero Él te busca primero. Uno quiere encontrarlo, pero Él nos encuentra primero.»
La hermana Francisco ha contado a la prensa italiana que por entonces Jorge estaba a punto de declararse a una chica. «En aquel tiempo, es cierto, había una posible novia, me lo ha contado a menudo él mismo, pero sin decirme nunca el nombre. Era una chica de su grupo de amigos, los del picnic. Ese día de primavera, el 21 de septiembre, se le tenía que declarar. Pero si continúo explicando mi hermano acabará excomulgándome…».
Formación, vocación jesuita y primeros desafíos
Una enfermedad pulmonar lo marcó físicamente y, poco después, en 1958, ingresó al seminario jesuita. Su formación fue rigurosa: estudió en Chile, Buenos Aires y Alemania. Fue ordenado sacerdote en 1969 y obispo en 1992.
Durante los años 70 fue designado provincial de los jesuitas en Argentina, en medio de un contexto político convulsionado. A su cargo, enfrentó tensiones internas, desafíos sociales y la dura realidad de un país que se acercaba a una dictadura.
Arzobispo de Buenos Aires: austeridad y tensiones políticas
En 1998 fue nombrado arzobispo de Buenos Aires. Rechazaba el protocolo, viajaba en colectivo, cocinaba él mismo y visitaba villas de emergencia. Ya como cardenal, desde 2001, se destacó como crítico del neoliberalismo, la corrupción y la desigualdad. También enfrentó a sectores progresistas en temas como el matrimonio igualitario y el aborto.
Su relación con el kirchnerismo fue conflictiva, especialmente con Cristina Fernández de Kirchner, con quien mantuvo cruces públicos relevantes en debates éticos y sociales.
El Papa inesperado
El 13 de marzo de 2013, el mundo se sorprendió cuando fue elegido el Papa número 266. Por primera vez, un jesuita, argentino e hijo de inmigrantes lideraba el Vaticano. “Los cardenales han ido a buscar al obispo de Roma casi al fin del mundo”, dijo desde el balcón de la basílica.
Eligió llamarse Francisco, en honor a San Francisco de Asís, y su papado arrancó con señales claras: rechazó los lujos del Vaticano, pidió "recen por mí" en lugar de dar una bendición inicial, y lanzó una reforma ambiciosa de la Curia romana.
El legado de un pontífice singular
Francisco deja una marca profunda. Su estilo austero, su defensa de los pobres y su conexión directa con la gente común lo convirtieron en un líder espiritual global.
Será recordado como el Papa que quiso “una Iglesia pobre para los pobres”, que denunció la idolatría del dinero, que se preocupó por el cambio climático y por la dignidad humana, y que abrió debates valientes dentro de la Iglesia.
Su partida marca el fin de una etapa que desafió las estructuras tradicionales. Pero su figura queda grabada como la de un hombre que, desde el sur del mundo, se atrevió a cambiar el corazón mismo de la Iglesia.