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El "Olivosgate", la noche de furia de Tahilade y la lista que terminó con el gobierno de CFK, Massa y Alberto
La liberación de la información para hacer famosa la historia de la cuarentena VIP en Olivos. Mauricio Macri y una tarde inolvidable con los tuiteros.
Me han preguntado muchas veces cómo fue que sucedió que llegué a acceder al listado de visitas en Olivos durante el mandato de Alberto Fernández, aquel listado que dejó al descubierto el -quizá- peor gobierno de la historia argentina. Ese gobierno que mostraba una faceta de un presidente protector, amable, casi un padre; pero que, en realidad, era un sexópata, golpeador, alcohólico y mentiroso.
Poco importaba para los argentinos su vida privada; pero sí era de relevancia que, mientras la totalidad del país estaba encerrada en sus casas sin poder ver a sus seres queridos, el presidente estaba de juerga en la Quinta de Olivos. Qué sucedió después de que se filtraron quedó registrado en los medios. Aquí les relato cómo es que llegué a esos registros, ya que muy pocos saben hasta este momento que la historia comenzó dos años antes.
En agosto de 2019, el destino o a quien quieran echarle la culpa hizo que, al día siguiente de las elecciones PASO en la cual Alberto Fernández quedó a pocos votos de un triunfo en primera vuelta, tuviera la fortuita idea de convocar a una manifestación para el 24 de agosto en apoyo a Mauricio Macri. Esa fue la famosa marcha en la cual el presidente salió al balcón de la Casa Rosada para agradecer al pueblo y que, a partir de ahí, el equipo de campaña tuvo la idea para armar las 30 marchas del #SíSePuede, quizá para mí la mejor campaña política de la Argentina, la más emotiva.
Ese tweet famoso y el reconocimiento que luego desde las redes me había llegado permitió que varios influencers y twitteros me escribieran y convocaran a grupos de Whatsapp. No miento si en algún momento había contabilizado más de una decena de grupos en los cuales participaba. Sin embargo, casi terminando la campaña del #SíSePuede fui invitado a uno muy especial. Aún pertenezco a ese grupo, el último en el cual estoy, el del cual nunca me iré. Aunque ha sufrido bajas y altas, somos un grupo de verdaderos amigos.
Ellos han sido testigos de todo esto; y han sido partícipes también de eventos que han tenido notoriedad. Por ejemplo, desde ese grupo se creó el famoso jingle de las marchas, el “se da vueeelta, esto se da vueeelta” y otras cosas más.
Las elecciones generales pasaron, Alberto Fernández quedó elegido presidente y el gobierno de Mauricio Macri transitaba los últimos días. Ya casi no quedaban acciones que pudiesen torcer la historia: el país se iba a sumergir en cuatro años de más kirchnerato, decadencia, podredumbre y corrupción. Pero para nosotros venía un regalo de despedida, en agradecimiento. Mauricio Macri nos recibiría la tarde del 8 de noviembre de 2019. Esa reunión, esa misma reunión, iba a marcar un hito en el gobierno de Alberto Fernández. Esa reunión, ocurrida antes del inicio de su mandato, marcaría el fin del suyo. Algo increíble. Veamos cómo fueron los hechos.
Nos encontramos en un punto cercano a la Quinta de Olivos, sobre la calle Corrientes. No éramos la totalidad del grupo, sino la mitad. Íbamos a hacerlo en dos partes, y a mí me tocó pertenecer al primer grupo (spoiler-alert: nunca se produjo la segunda reunión). De lejos reconocí a Osvaldo Bazán y Javier Navia, ambos charlando afuera de la reconocida confitería. Inmediatamente luego de saludarlos, por detrás apareció Apu, “el famoso Apu” según había dicho en las marchas del #SíSePuede Macri en un video que se viralizó y a quien años después lo saludaría en redes cuando emigrase a Canadá.
Casi sobre la hora, mi tocayo bahiense, Gonzalo Ramírez, llegaba en un taxi directamente desde Aeroparque. Había tomado un vuelo exclusivamente para venir a esta reunión. Y llegó el invitado final, Juan Campanella, quien, vestido como es habitual de negro de pies a cabeza, con su tradicional boina del mismo color, apareció para apurarnos. Estábamos a unas seis o siete cuadras de la entrada principal por Villate. Con el infernal calor que hacía a esa hora, de un viernes de noviembre, sugirieron que vayamos en dos vehículos. Me subí en el que conducía Juan. En el asiento delantero lo acompañó Osvaldo; detrás íbamos Apu, mi tocayo y yo.
Las siete cuadras las hizo en apenas cinco minutos y, frente a mí, se erguía el conocidísimo portón verde, ese que los medios muestras cuando hay una catástrofe gubernamental y simulan que allí dentro se están tomando las principales decisiones del país. A la vista de los hechos, y con la sabiduría que el tiempo nos permitió entender, ese portón verde sirvió para oculta el descontrol y la joda que había.
Al momento de entrar, la guardia de Olivos nos pidió identificación. Cada uno de nosotros tuvo que entregar su DNI y ellos lo cotejaron con el listado de invitados que tenían. En el auto que iba detrás nuestro se había sumado Andrés Gómez, quien era el que había gestionado la invitación. Él había otorgado nuestros nombres y documentos. Los guardias, luego de revisar el baúl y nuestros documentos, registraron en una hoja de papel mi nombre, documento, a qué dependencia de Olivos nos dirigíamos y la hora de entrada. Mi visita a Olivos estaba siendo anotada. Un detalle para la historia de mucha importancia.
Hicimos unos metros más y vimos a Hernán Lombardi a la distancia, que nos señalaba dónde estacionar. Luego de saludarlo, nos hizo subir a un carrito, como los de golf, y a mientras nos llevaba hasta el pabellón donde ocurriría la reunión, nos relataba historias que habían ocurrido en la Quinta de Olivos. Quedarán para mi memoria eternamente.
La reunión con Mauricio Macri fue realmente amena. Estaba interesado en quiénes éramos, qué habíamos hecho en redes y nos interiorizamos en temas de su gestión. No faltó oportunidad para hacerle alguna crítica ni pregunta de por qué tal o cual acción. Él contestaba desde el corazón. En verdad debo decir que Macri es una persona muy humilde y divertida. Incluso, confieso que me gusta más el Macri auténtico que el que vemos en los medios. El Macri fresco es el que siempre debió ser. Luego de finalizada la reunión, vino la ronda de fotos habitual y la despedida. Terminaba un día histórico para mí. Ese día no había hecho más que iniciar algo que ocurriría dos años después.
Era de noche. El día 2 de abril de 2021. Estaba en el cumpleaños de una sobrina, coincidente el de Alberto Fernández. En el grupo de Whatsapp llega un aviso de Apu que decía que Rodolfo Tailhade, el operador judicial y deleznable kirchnerista, había filtrado en Twitter los registros de aquella visita. Dejaba plasmado nuestros nombres, documentos, fecha de entrada, salida y patentes de los vehículos. La acusación era que desde La Nación + habían operado con un grupo de trolls a favor de Mauricio Macri. En medio, metió a Fernández Díaz, Cabot y Sirven. Esa noche no supe cómo reaccionar. No habíamos hecho nada malo, sólo una reunión de un presidente con un grupo de personas de Twitter, un grupo de amigos. Sin embargo, el operador Tailhade nos acusaba por poco de terroristas. Aunque tratamos de que no se difunda, más de dos mil retweets hicieron que tuviera cierta relevancia en redes. Nuestros datos, nuestra visita, habían sido publicados. Pero eso despertó una pequeña idea en mi cabeza que estuvo latente dos meses.
Lo medité y repensé mil veces. ¿Cómo debería actuar? ¿Debería hacerlo yo también? ¿Qué consecuencias podría tener? ¿Me lo darían? Estas preguntas las tuve por los siguientes 60 días. Para principios de junio me había decidido. Lo haría, me atrevería. En el peor de los casos, no me darían nada. Había pensado en solicitar los registros de Olivos para devolverle la jugada a Tailhade. ¿Qué encontraría? No lo sabía. Se sospechaba que entraban mujeres por la noche para visitarlo a Alberto Fernández. Esos rumores me habían llegado por varios lugares, muchos de esos de importancia, otros no tanto. Si algo había, estaría en esos registros.
Angustiándonos por las noticias que aparecían diariamente sobre la nueva cuarentena, aunque más laxa, que había dictado Alberto Fernández, en el grupo de amigos un día dije: “en cualquier momento me caliento y pido el listado de entradas de Olivos”. Averigüé cómo era el trámite esa misma noche. Lo volví a pensar mil veces. Finalmente, el 15 de junio de 2021 cargué la solicitud vía web. Y esperé.
Fue una sorpresa: pocos días después, vi que el trámite había iniciado y seguido su curso. Prometían que en menos de 30 días debería finalizarse. Lo cierto es que se extendieron 15 días más. Finalmente, llegó la sorpresa: me citaban para la Casa Rosada, en la entrada lateral, para dármelo en formato físico. ¡Me estaban entregando 500 días de ingresos y egresos a Olivos y sin chistar!
Por lo cual, a fines de julio de 2021 estaba en mis manos con eso que sería el inicio del conocido #OlivosGate casi sin creérmelo. Mi venganza con Tailhade estaba pronta a concretarse.
Me encontraba absorto frente a la pantalla. Parpadeé unos segundos y no di crédito. «Debo estar seguramente equivocado, tiene que haber una explicación», pensé. Era una noche templada de julio. Rápidamente, tomé dos print de pantalla y lo compartí en un grupo de Whatsapp con amigos. «Esto es una bomba, ¿qué opinan?», les escribí. Quizá por lo tarde del mensaje -pasadas las 23 horas- o porque estaban enfrascados en sus discusiones, ninguno de ellos respondió a mi pregunta.
Cerré ese archivo y rebusqué en otra carpeta, la cual tenía los ficheros ordenados cronológicamente. Encontré el que buscaba. En ese momento, no sabía verdaderamente cómo ni qué examinar. El primero que había abierto fue por puro accidente: elegí un día en particular, una fecha de cumpleaños. ¿Había encontrado eso que creía? Imposible. Estaba queriendo ver cosas donde no existían. Eran quinientos archivos distribuidos en quince carpetas. Cada archivo tenía un centenar de nombres, fechas, horas, cargos y lugares. ¡Qué justo iba a encontrar una bomba! Sí, precisamente yo y al primer archivo que abría de quinientos.
Pero apareció por detrás, sin hacer ruido, como es su costumbre, y me susurró al oído. Era la siempre escurridiza intuición. «Es por ahí», me dijo, casi imperceptible. No sabía en ese momento que ese “accidente” tendría tamaña repercusión durante los siguientes tres años.
Sin ninguna metodología aún como para investigar como correspondía, abrí ese segundo archivo. Había tomado otra fecha icónica, otra fecha de cumpleaños. Revisé desde el principio cada una de las celdas de ese archivo, y un detalle me llamó la atención: había tres nombres que se repetían con el archivo anterior y a horas que no eran normales, casi de trasnoche. Tres mismos nombres, trasnoche, en una época en la cual eso no debería ser normal. No es que no “debería”: no era normal. Cerré ambos archivos y dejé descansar mi mente. Era demasiado. Necesitaba una forma ordenada de revisar todo y organizarlo lógicamente.
Dejé pasar dos días para aclarar la mente. Abrí ambos archivos que, fortuita o accidentalmente, había sentido que contenían algo interesante. Escribí un pequeño texto explicativo y lo envié junto con las imágenes de los archivos al grupo de WhatsApp de amigos. En ese grupo, hay, entre otras personas, tres periodistas conocidos. Nadie mejor que ellos para validar si estaba alucinando o no. Además, si estaba en lo cierto, podría lograr una mayor difusión en medios nacionales. Pero no: quizá no vieron lo mismo que yo veía. Un «probablemente, pero fíjate vos» fue la única respuesta. Me encontraba solo. Creía que estaba frente a algo importante, pero nadie más lo veía.
Ese sábado por la tarde me obligué a desentrañar el misterio. Dos archivos. Dos Excel. «No puede ser muy difícil», pensé. Me senté y puse manos a la obra. Recuerdo que años atrás, hablando con el periodista Nicolás Wiñazki, me dijo: «Sin pruebas no puedo hacer nada». Esa frase resonó en mi cabeza. Analicé cada una de las líneas de esos Excel. Sí, había una particularidad: eran visitas en horarios típicos de una cena, con personas que no parecían ser funcionarios públicos, en dos fechas de cumpleaños y, como corolario distintivo, en plena fase uno de la decretada cuarentena. Pero… ¿quiénes eran esas personas? Allí comenzó la verdadera tarea de investigación y recolección de pruebas.
Las siguientes horas las dediqué a googlear esos nombres y a la consecuente descarga de imágenes, datos, detalles, nombres, apellidos, frases, videos, publicaciones en Instagram, en Twitter… Todo debía tenerlo al alcance de la mano para construir una historia consistente y cerrada.
Admito que fue imposible dar con todos, absolutamente todos los detalles. Pude hallar muchísima información para que la historia estuviera bastante bien armada, pero el vicio de ser perfeccionista me hizo dudar sobre si debía hacerlo público o no.
Con todo ese material reunido, me encontré con un inconveniente que había previsto: la difusión de la noticia. ¿Cómo construirla? ¿Escrito, video? ¿Cómo hacer para que llegue a la mayor cantidad posible de personas?
Decidí que, como había bastantes imágenes y algunas filmaciones, lo mejor sería armar dos materiales audiovisuales y publicarlos en redes sociales; en realidad, utilizaría mi propia cuenta de Twitter (actualmente X) y rezaría por una gran viralización de estos videos. Mi cuenta, que en ese momento apenas superaba los 30.000 seguidores (actualmente tiene 75.000), podría alcanzar un buen número rápidamente, pero necesariamente tendría que generar un buen impacto en las primeras horas para que este contenido siguiera vivo con el tiempo.
Y lo hice público. Lancé el primer video, de dos minutos y veinte segundos de duración, y utilicé un texto atractivo que detallaba el contenido, además de una serie de tweets enlazados al primero, desmenuzando la primera de las planillas, que mencionaba el cumpleaños de Alberto Fernández.
Para amplificar la información, solicité la colaboración de mi grupo de amigos de WhatsApp. Después de hacer público el video, les pedí que me ayudaran en la difusión. Algunos de los integrantes del grupo, como Juan José Campanella, tenían hasta un millón de seguidores, lo que facilitaría enormemente que llegara a la mayor cantidad posible de personas. Y no me equivoqué: el video alcanzó casi mil retweets en menos de veinticuatro horas y casi trescientas mil visualizaciones.
La respuesta de los usuarios no se hizo esperar; pedían más información, que ampliara, que siguiera investigando, y al mismo tiempo mostraban su indignación ante los hechos que había descubierto. Sentía que no iba por el camino equivocado.
Al día siguiente, publiqué el segundo video con la otra planilla, esta vez con mejor preparación y un mayor volumen de información, informando y mostrando a los integrantes del cumpleaños de Fabiola Yáñez, el famoso cumpleaños. Repliqué el método de difusión con mi grupo de amigos, y el impacto fue aún mayor que el del primero. El fenómeno de viralización estaba funcionando por sí solo.
El alcance de ambos videos había llegado a casi medio millón de visualizaciones en dos días, un número verdaderamente impactante para las cifras a las que estaba acostumbrado. En la tarde del lunes, me contactó la periodista Carola Gil para consultarme sobre el origen de la información y si podía utilizarla para el programa “Odisea Argentina”, de Carlos Pagni, esa misma noche. Asentí: lo mejor que podía suceder era que la información comenzara a tomar vuelo lentamente.
Para mi desilusión, esa noche la información que divulgó Gil en el programa era muy superficial y solo abordaba a una integrante del listado. Vi que en redes el tema se iba apagando poco a poco.
El martes se hablaba ínfimamente al respecto; otros temas comenzaban a tapar las tendencias del día. Decidí dar un volantazo: había muchos datos, muchas planillas, muchos nombres; la tarea era demasiada para una sola persona; creí que necesitaba impulsar un “periodismo colaborativo”. Lo pensé una y mil veces. Era un paso audaz: liberar el contenido total para que todos pudieran acceder e investigar por su cuenta, y yo me encargaría de centralizar la difusión de los hallazgos y seguir buscando información relevante.
El 27 de julio de 2021, a las 8 de la mañana, publiqué de manera abierta el listado completo. Fue un verdadero éxito: superó el millón de visualizaciones y seis mil quinientos retweets; más de cien mil interacciones con el posteo y veinticinco mil descargas del archivo. En resumen, había veinticinco mil investigadores; una de cada cuarenta personas que vio el posteo podía colaborar en la búsqueda de datos. El OlivosGate había comenzado…