Outside the box
De Kate Middleton a Silicon Valley: cómo nos cambia la cabeza (aunque juremos lo contrario)

Periodista.
Desde la realeza británica hasta los pasillos de Washington y las bambalinas de OnlyFans, esta semana nos recordó que cambiar de opinión no es solo un acto racional. Julian Barnes nos presta la lupa para observar cómo el cerebro nos juega su propia partida de ajedrez. ¿Qué ocurre cuando creemos ser dueños de nuestras decisiones, pero es nuestra mente la que lleva las riendas?
Si uno le dice a alguien “cambié de opinión” es probable que la conversación termine ahí, en seco, como si hubiésemos cerrado la puerta de un taxi. Pero lo que parece una simple operación verbal –sujeto, verbo, objeto– es en realidad, como dice Julian Barnes en The Guardian, una verdadera intriga de la mente. Barnes se pregunta si realmente cambiamos de opinión o si, más bien, es la mente la que nos cambia a nosotros: “No es tanto que yo cambié de opinión, sino que mi mente me cambió a mí”, dice. Reconoce que cambiar de opinión nos da la sensación de madurez, de haber encontrado una verdad más profunda: “Siempre creemos que cambiar de opinión es una mejora”. Pero, ¿qué papel juega la memoria en esto? Él mismo ha cambiado su visión sobre la memoria. De joven la veía como un depósito fiable; hoy cree que “cada vez que sacamos un recuerdo, lo alteramos ligeramente”. Por eso, advierte, las historias que contamos más veces suelen ser las menos confiables.
Cambio de look… y de estrategia
Esta semana hubo muchos “cambios de opinión” flotando en la atmósfera. Empezando por la mismísima realeza británica. Todo comenzó cuando la revista Time publicó que la Corona dejaría de comunicar oficialmente los detalles de los outfits de Kate Middleton para que la atención se enfocara en sus causas solidarias y no en su vestuario. La reacción fue tal que, en cuestión de horas, desde el Palacio de Kensington salieron a corregir: “Para ser claros, no ha habido ningún cambio en nuestro enfoque”, dijeron. O lo que es lo mismo, hemos cambiado de opinión sobre cambiar de opinión. Todo para que Kate pueda seguir rompiendo reglas clásicas, como combinar azul marino y negro en el partido Gales vs Inglaterra sin escandalizar a nadie.
Pero no es sólo la moda la que se redibuja. En Estados Unidos, los demócratas también parecen estar en plena transición interna. Según CNN, el apoyo a su propio partido cayó al 63%, y más de la mitad piensa que sus líderes van en la dirección equivocada. Antes, soñaban con tender puentes con los republicanos, pero ahora, según la encuesta, la mayoría prefiere simplemente bloquear la agenda del GOP. En términos barnesianos, es como si la memoria colectiva de los demócratas hubiera borrado la calidez de la cooperación y abrazado la estrategia de la trinchera.
Familia, Estado y Silicon Valley
Y hablando de trincheras, en Washington, Katherine Boyle –socia de la firma Andreessen Horowitz– subió al escenario del American Enterprise Institute para proponer que la verdadera batalla es la de la familia contra el Estado. Según Boyle, la tecnología es la heroína que salvará al hogar de la opresión gubernamental. Un argumento que, por momentos, parecía sacado de un guion distópico futurista con sobredosis de optimismo tecno-mesiánico. Sugiere que Silicon Valley debe ser la nueva aliada de la familia tradicional, omitiendo que fue precisamente la tecnología la que, con sus plataformas adictivas y precarización laboral, ya venía “liberándonos” a su manera.
Y mientras algunos predican la descentralización como salvación familiar, otros la monetizan. The Wall Street Journal tituló su artículo: “Las celebridades femeninas están haciendo millones en OnlyFans. ¿Se arrepentirán?”. Y es que el dilema es evidente. El artículo cierra con una advertencia: “Algunas de estas mujeres podrían darse cuenta demasiado tarde de que lo que ganaron en dólares lo perdieron en prestigio”. Un clásico dilema entre el éxito inmediato y el costo simbólico a largo plazo.
El WSJ también señala que en la era digital, las fronteras entre la vida privada y el mercado son cada vez más difusas: “En definitiva, el artículo es una reflexión sobre la mercantilización de la imagen femenina en la era digital y las decisiones estratégicas que muchas celebridades enfrentan entre el dinero rápido y la construcción de una carrera sostenida”.
Quizá la clave esté en esa frase de Barnes que flota en la cabeza tras leer todo esto: “Siempre creemos que cambiar de opinión es una mejora”. Aunque a veces el cambio no venga con madurez, sino con necesidad o, simplemente, por un giro emocional. Lo que nos lleva de vuelta a Barnes: “Mi mente me cambió a mí”. Y así, sin darnos cuenta, pasamos de rechazar mezclar azul marino con negro a celebrarlo, de negociar con rivales políticos a querer bloquearlos, o de crear una internet descentralizada para después ponerla al servicio de algoritmos centralizados.
Cambiar de opinión no es solo humano, es inevitable. Y a veces, es la historia misma la que nos cambia la mente mientras estamos ocupados creyendo que decidimos por nosotros mismos.