Entre Política y Producción
Carbono nuestro que estás en los suelos
Mientras Milei analiza alejarse del Acuerdo de París, la captura de este elemento sigue siendo una herramienta clave para darle pelea a las medidas para-arancelarias encubiertas.
Cambio climático, calentamiento global, gases de efecto invernadero. La lista sigue. La discusión enfrenta a aquellos políticos y funcionarios que se dicen convencidos de la existencia de este problema, con otros que lo consideran un invento que ha desatado una oleada de medidas exageradas, que en muchos casos esconden otros intereses.
Unos días atrás Javier Milei advirtió que está analizando la posibilidad de retirar a la Argentina del Acuerdo de París. Poco antes, Donald Trump había adoptado ese mismo camino para Estados Unidos. Este acuerdo busca “combatir el cambio climático y acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono”, según rezan sus objetivos formales.
El punto es que en nombre de este horizonte se han cometido todo tipo de excesos con la agricultura y la ganadería en el mundo desarrollado, sobre todo en Europa. Desde pretender confiscar campos para sacarlos de producción hasta imaginar la matanza de miles de vacas, condenadas por sus emisiones de metano mientras la industria y el transporte siguen quemando cantidades monstruosas de combustibles de origen fósil. Entre ambos explican el 70% de las emisiones globales.
El Viejo Continente busca de un modo u otro trasladar las mismas exigencias sobreactuadas a quienes pretenden vender alimentos en su territorio desde fuera del bloque, en una movida en la cual es imposible discernir si las autoridades europeas lo hacen convencidas o bien se trata de medidas para-arancelarias destinadas a proteger su ineficiente sistema agropecuario.
Hasta los productores estadounidenses cayeron en la volteada, y están pidiéndole a Trump que reanude los pagos a los agricultores que adoptaron prácticas consideradas por el esquema como climáticamente inteligentes en el marco de un programa de la era Biden vinculado con el cambio climático.
A las decisiones políticas hay que sumar el trabajo de un activismo agresivo por parte de algunas organizaciones sociales que combaten la producción animal sin razón científica alguna, y que influyen fuertemente sobre la opinión pública y sobre las políticas ambientales y comerciales en naciones desarrolladas.
Verdadero o falso, nuestro país tiene la obligación de defender sus productos agropecuarios en todos los mercados del planeta, en especial en aquellos donde el cuidado del ambiente se confunde con la decisión de ponerles trabas al libre comercio.
Ernesto Viglizzo, integrante del Conicet y la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria asegura que se atribuye a la ganadería entre 14,5% y 18% de las emisiones globales de carbono, pero las emisiones biogénicas de los bovinos en países como el nuestro no superan el 3% del total a nivel global, y ese porcentaje desciende persistentemente año tras año desde 1960.
Las emisiones propias de la hacienda son debidas al metano que deriva de sus fermentaciones digestivas. Este gas tiene una persistencia en la atmósfera 100 veces menor a la del anhídrido carbónico. Además contiene carbono reciclado, capturado mediante la fotosíntesis de plantas que luego son consumidas por el ganado, que lo devuelve a la atmósfera como metano. Viglizzo dice que cuando hay reciclado, el balance neto del carbono es cero.
A diferencia de la Huella de Carbono a la que tanto recurre el primer mundo, el Balance de Carbono focaliza el análisis únicamente en el predio rural, y computa tanto las emisiones como las capturas de carbono por fotosíntesis de las plantas y el almacenamiento de ese carbono en la biomasa y en el suelo.
Sistemas pastoriles como el nuestro tienen clara ventaja sobre los planteos mayormente estabulados del mundo desarrollado, y permiten evaluar la performance individual de cada productor de acuerdo con su capacidad para “cultivar carbono”.
Viglizzo enfatiza que es posible diferenciar, mediante métodos relativamente sencillos, a los productores que potencialmente generan “créditos de carbono” de aquellos que no lo hacen. El carbono capturado debería ser acreditado como un commodity comerciable tal como sucede con la carne, la leche y los granos.
Por cierto, la Red de Carbono de Aapresid dio a conocer recientemente su informe final sobre el proyecto destinado a cuantificar las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por cada cultivo. También se busca estimar el balance del carbono orgánico en los suelos (COS). Interesa saber cuáles son las prácticas y manejos productivos que maximizan el secuestro de COS.
El análisis de los resultados obtenidos mostró una notable influencia de parámetros como los rendimientos y las prácticas de manejo. En los monocultivos de soja y maíz, por ejemplo, se observó una pérdida neta de carbono, superior en el caso de la oleaginosa, atribuida a la baja calidad y cantidad de rastrojo aportado por los cultivos, así como al tiempo durante el cual el suelo permaneció sin cobertura tras la cosecha.
En el caso de la integración cultivo de servicio-maíz, la variación en el contenido de COS fue del 0%, lo que indica un equilibrio neutro entre el carbono inicial y final. A su vez, los sistemas de doble cultivo o alternancia de especies, como la combinación de vicia y soja, mostraron un balance positivo lo que reveló un aumento en la cantidad de COS.
Queda evidenciada la importancia de prácticas como los dobles cultivos y la intensificación para favorecer la captura de carbono. Este temperamento contribuye a la sustentabilidad del sistema agrícola, a la salud de los suelos y a mitigar el cambio climático, y es nuestra gran carta de presentación frente a quienes abusan del llamado cambio climático y de las medidas destinadas a ponerle límites.