Capital humano
Argentina: el país del vínculo, la adaptación y la creatividad

Socióloga (*)
En tiempos de crisis constantes, solemos enfocarnos en lo que nos falta. Pero mirar hacia afuera también revela lo mucho que tenemos para dar.
A menudo, los argentinos tendemos a mirarnos con lupa, concentrándonos más en nuestros defectos que en nuestras virtudes. La autocrítica es parte de nuestro ADN, pero muchas veces perdemos de vista que también contamos con un conjunto de características que nos destacan y diferencian en el mundo. Fortalezas culturales, sociales y personales que se reflejan tanto en los datos como en la experiencia cotidiana. Quisiera compartir algunas de ellas, apoyándome en investigaciones realizadas por Voices!, la red WIN y la Encuesta Mundial de Valores, así como en lo aprendido a lo largo de mi experiencia profesional, trabajando con equipos internacionales en más de 80 países.
Una de las cualidades más sobresalientes de los argentinos es la calidad de nuestros vínculos sociales. Cuando indagamos en nuestras encuestas sobre a quién acudir en momentos de dificultad o en situaciones felices, la mayoría de las personas responde que tiene con quién hablar: un amigo, un familiar, alguien cercano con quien compartir emociones. Esta red de contención, que implica escucha, acompañamiento y apoyo —material o emocional—, cumple un papel clave en el bienestar de las personas.
Numerosos estudios a nivel global coinciden en que la calidad de las relaciones sociales está estrechamente relacionada con el nivel de felicidad. Más incluso que factores materiales como el ingreso o el nivel educativo. Es por eso que Argentina y muchos países de América Latina aparecen en los rankings internacionales de felicidad por encima de lo que cabría esperar según su desarrollo económico. Nuestra vida afectiva, rica y cercana, actúa como un gran amortiguador emocional frente a las crisis.
Otra fortaleza menos visible, pero igualmente significativa, es nuestra apertura a lo diverso. Cuando analizamos actitudes frente a la migración, la discriminación o las diferencias culturales, los argentinos solemos mostrar niveles relativamente bajos de rechazo. En la Encuesta Mundial de Valores, por ejemplo, se observa que como sociedad somos ampliamente receptivos a otras religiones, nacionalidades y estilos de vida. Salvo excepciones como el alcoholismo o la drogadicción, la mayoría de las personas no tendría problema en tener vecinos con identidades o culturas distintas. Esta apertura, en tiempos donde muchas sociedades se cierran sobre sí mismas, es un rasgo valioso.
También es destacable nuestra capacidad de adaptación. Vivimos en un país acostumbrado a la incertidumbre. Las crisis económicas, los cambios de reglas, las dificultades estructurales nos han obligado, como sociedad, a desarrollar una notable habilidad para encontrar soluciones rápidas y creativas en situaciones adversas. Esa capacidad para improvisar, reinventarse y seguir adelante es una forma de inteligencia social, que no siempre se mide pero que se percibe y se valora, especialmente en contextos de cambio acelerado como los que vive el mundo hoy.
El lujo de tener un argentino en el equipo
En lo personal, he tenido la oportunidad de trabajar en distintos países y contextos culturales, y he comprobado que los argentinos somos vistos como personas con iniciativa, flexibles y creativas. Las empresas extranjeras suelen destacar nuestra facilidad para resolver problemas, nuestra capacidad para trabajar en entornos complejos y nuestra tendencia a buscar soluciones incluso en condiciones difíciles. Tener un argentino en el equipo, dicen muchos colegas, es garantía de agilidad, empuje y mirada crítica.
A eso se suma un rasgo que aparece con frecuencia en los estudios: la buena formación académica y profesional de los argentinos que emigran. En general, quienes deciden radicarse fuera del país tienen niveles educativos altos, acceden a empleos calificados e incluso a posiciones de liderazgo. Esto habla, por un lado, del potencial de nuestro capital humano, y por otro, del reconocimiento que aún conservan nuestras universidades e instituciones de formación.
Es cierto que el sistema educativo argentino enfrenta importantes desafíos, especialmente en el nivel secundario. La deserción escolar, la desigualdad territorial y la baja calidad en muchos casos son problemas reales. Pero quienes logran completar sus estudios y acceder a la universidad suelen mostrar una formación sólida, no solo en conocimientos técnicos, sino también en habilidades blandas: la resiliencia, la capacidad de comunicarse, de adaptarse a distintos entornos.
En un mundo laboral donde estas habilidades blandas son cada vez más valoradas —por encima incluso de ciertos saberes técnicos que rápidamente quedan obsoletos—, los argentinos tenemos una ventaja cultural. Nuestra sociabilidad, nuestra expresividad, nuestra capacidad de empatía y sentido del humor nos hacen destacar en ámbitos colaborativos y diversos.
En muchos aspectos, la resiliencia argentina es un recurso estratégico. En un mundo marcado por la volatilidad, la incertidumbre y el cambio permanente, tener equipos humanos capaces de adaptarse, de mantener el ánimo y de seguir creando en medio del caos, es un activo central. Nuestra historia, marcada por crisis recurrentes, nos ha preparado, tal vez sin quererlo, para convivir con lo imprevisible. Y eso, bien encauzado, puede convertirse en una ventaja competitiva.
Por supuesto, también tenemos desafíos por delante. Uno de ellos es el de pasar de la lógica de la emergencia a una cultura de la planificación. Aprender a pensar a mediano y largo plazo, aún en contextos inciertos, es un paso clave para transformar nuestra creatividad espontánea en proyectos sostenibles. No se trata de abandonar la flexibilidad, sino de complementarla con estructura. De unir la chispa con el método.
En definitiva, los argentinos tenemos muchas más fortalezas de las que solemos reconocer. Nuestra capacidad para generar vínculos profundos, nuestra apertura a lo distinto, nuestra adaptabilidad, nuestra creatividad y nuestra calidez humana son atributos que nos caracterizan. Son recursos valiosos para nosotros mismos, pero también para el mundo.
(*) Marita Carballo es Vicepresidente de la Encuesta Mundial de Valores, Presidente de Voices!, Miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la Academia Nacional de Educación.