EFEMÉRIDES
Albeiro Usuriaga: 20 años del vuelo eterno del palomo
Vida, muerte y leyenda de un delantero inolvidable.
Cali es una de esas ciudades que laten y viven al ritmo de la salsa. Es tal vez la muestra más acabada de Colombia. Cada esquina es una pista de baile improvisada y sus calles, bañadas por el sol tropical, son un lienzo donde se mezclan los colores vibrantes de las fachadas coloniales con el verde intenso de sus parques.
Aunque el Sol tiña el cielo de tonalidades rosadas y anaranjadas, mientras la ciudad se extiende a tus pies como un mar de luces, también sufrió de un pasado reciente donde la muerte en manos de sicarios fue moneda corriente. Detrás de una fachada de alegría y fiesta, la ciudad colombiana lleva en sus espaldas una carga histórica marcada por su oscuro pasado con el narcotráfico.
Durante las décadas de los 80 y 90, Cali se convirtió en el epicentro de una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo: el Cartel de Cali. Liderado por los hermanos Rodríguez Orejuela, eternos rivales de Pablo Escobar Gaviria y su Cartel de Medellín, dominaron el tráfico de cocaína hacia los Estados Unidos, infiltrándose en todos los aspectos de la vida económica y social de la ciudad. Y de toda Colombia. Miles de palabras escritas con sangre en los periódicos de la época fueron ejemplo de un tiempo oscuro en el que el sicariato penetró hasta el corazón de la república caribeña, aislándola del mundo e introduciéndola de lleno en una historia espiralada de terror, venganza, angustia, dolor y muerte. A pesar de que el Cartel ya no existe y las ráfagas de ametralladora son casi un triste recuerdo, las secuelas de su legado aún se sienten en Cali. Y uno de ellos llega hasta Avellaneda. El 11 de febrero de 2004, unos de los hijos dilectos de la ciudad, cayó al recibir más de una docena de balazos inexplicables, se convirtió en recuerdo y encendió un luto que aún hoy desata la tristeza en la mitad roja de Avellaneda.
Infancia y formación: Un diamante negro.
Nacido en el corazón de Cali en junio del 66, Albeiro desde niño mostró una pasión desbordante por el fútbol. Dueño de un talento desgarbado que se fundaba en una altura superior a la media, pasó cientos de tardes pateando una pelota en las polvorientas calles de su barrio, soñando con ser un jugador profesional.
Ese talento innato no pasó desapercibido y pronto comenzó a destacarse en las categorías inferiores de varios equipos o rejuntados locales. Con el balón en los pies, Usuriaga encontraba una libertad que lo hacía feliz y lo conectaba con su esencia. Cali, sobre todo en esa época, era una ciudad que respiraba fútbol. Los niños soñaban con ser como sus ídolos y Albeiro no era la excepción. En los potreros de la ciudad, junto a sus amigos, imaginaba los grandes estadios y las ovaciones del público que le permitirían gambetear la pobreza y recorrer el mundo.
A fuerza de goles y gambetas endiabladas, llegó su debut profesional en el América de Cali. En los Diablos Rojos, mismo apodo del club que pocos años después lo cobijaría en la Argentina para siempre.
Ascenso meteórico y consagración en la Argentina
Su debut profesional con el América de Cali marcó el inicio de una carrera fabulosa. Su habilidad para controlar el balón con sus pies grandes y su capacidad goleadora lo convirtieron rápidamente en una figura destacada del fútbol colombiano. Ganó la Libertadores con un histórico equipo de Atlético Nacional de Medellín. Y un gol suyo clasificó a su Selección a un Mundial después de 28 años de ausencia, y lo consagró definitivamente como héroe de la nación. Sin embargo, fue en la Argentina, vistiendo la camiseta del glorioso Independiente, el club con más Libertadores de América, el Rey de Copas, un gigante dormido dos veces campeón del mundo que aún hoy vive de aquellas viejas hazañas de las noches de copa, donde alcanzó la cima de su carrera. Diez años antes de su muerte, el año 94 fue tal vez el más glorioso para el Palomo. Ganó el Campeonato de Primera División en un inolvidable Independiente conducido por Miguel Brindisi y se llevó la Supercopa Sudamericana en una final contra Boca que con solo recordarla, fundamenta para siempre el apodo de Rey de Copas. Independiente era inmenso. Y el Palomo era uno de sus estandartes.
Más allá del fútbol, un buen tipo que cometió un error
Fuera de las canchas, Albeiro era un tipo sencillo y familiar. Le apasionaba la música, especialmente la salsa, y disfrutaba de los momentos de tranquilidad en compañía de sus seres queridos. A pesar de su fama y de una fortuna que crecía, siempre mantuvo los pies sobre la tierra y nunca perdió de vista sus raíces. Tal vez por desconocimiento, por la falta de educación que aún hoy cala hondo en los rincones pobres de América, por probar o simplemente por sentirse invencible, el Palomo se equivocó un día y le pifió al arco como nunca. Era muy amigo de la noche.
Su físico privilegiado no le pasó factura, pero la cocaína ya estaba en su cuerpo. Y lo sancionaron con dos años de suspensión. Dejó Independiente y rodó por equipos menores hasta su retiro en 2003. No era el mismo. Tanto, que la noche le regaló miradas ajenas y un amor caprichoso que no debió ser. El amor enfermizo, los celos pasionales de un viejo líder de una banda de Cali hacia la compañera sentimental de Albeiro fue el motor del crimen. El odio, generado por los celos, llevaron a que Jefferson Valdez Marín, quien fue cabecilla de la organización criminal de ‘Molina’ o ‘La Negra’, diera la orden a un sicario para que en la noche del 11 de febrero del 2004 asesinara de trece balazos al ‘Palomo’. No debió ocurrir esa muerte. O, al menos, no debió ocurrir ese amor. La muerte de Albeiro Usuriaga sigue siendo un enigma que ha generado diversas teorías y especulaciones. Las autoridades investigaron a fondo el caso, pero nunca lograron esclarecer completamente los motivos del crimen. La falta de pruebas contundentes y la complejidad de las redes criminales en la región dificultaron la resolución del caso. Entre el amor equivocado o algunos pasos erróneos está la razón que nadie, ni siquiera la Justicia, se atreve a confirmar. El Palomo ya no está con nosotros, pero su espíritu sigue volando por los campos de juego. Albeiro Usuriaga fue mucho más que un futbolista. Su vida, marcada por el éxito deportivo y trágicamente interrumpida por la violencia, dejó una huella imborrable en el fútbol colombiano y en el corazón de los hinchas de Independiente.
Hizo todos los goles que pudo. Pero no pudo evitar las balas del rencor.