IMPRESIONES DE BARRIOS
¿A dónde están las que hacían con la “V”?
Silencio del colectivo feminista, sororidad selectiva y violencia. La vida en Madrid y la enfermedad que expuso Alberto Fernández para salvarse.
A dónde están, que no se ven, las que saludan con la “V”. Se esfumaron, como por arte de magia, las defensoras a ultranza de los derechos de las mujeres.
Las mismas que copaban las manifestaciones con pañuelos verdes. Ahora deben haber tomado otro colectivo. Nadie la oyó gritar a Fabiola Yáñez, ex primera dama y víctima de golpes, maltrato y ninguneo por parte de Alberto Fernández, su pareja, ese que no fue ni más ni menos que el Presidente de Argentina. No llamó la atención, que estuviera más sola que el plomero del Titanic, en medio de tanta violencia emocional y física.
Un ministro, de cuyo nombre no quiero acordarme, como gran parte de quienes rodeaban a Fernández, pasaban al lado de Fabiola y le daban vuelta la cara, solidarizándose con el gran macho argentino de la pareja. A este señor nadie le enseñó que a una mujer no se le pega. Eso sí, regresó de Roma, en su primera visita al Vaticano como Presidente, después que Jorge Mario Bergoglio le diera una mano, la otra y los pies también. Su gesto de gratitud, fue salir a manifestar, por la legislación del aborto, con una corbata verde, a tono con la ocasión, más larga que la lengua de los Rolling Stone. Esta es una muestra de lo leal y agradecido que puede llegar a ser. Qué se puede esperar para su vida privada, que dejó de tenerla cuando asumió la investidura presidencial. Parece ser que esto no lo entendió. Las redes sociales, durante todo su mandato, a través de los trolls, insultaban a Fabiola sin piedad: gato, puta, trola. Así todos los días, y no existió la voz que se levantara para defenderla. Él no la conoció ofreciéndole dinero, ni joyas, mucho menos tarjeta de crédito.
Fue en la universidad de Palermo, cuando ella con 10 de promedio, egresaba de la carrera de Ciencias de la Comunicación. Se enamoró. Es posible que él también. Así se fue enfermando al ritmo de una relación tóxica. Desprevenida. A una edad, 30 años, en la que aún uno no se da cuenta que la vida va en serio sin poder llevarse todo por delante. El doblaba el codo de los 50. A cualquier mujer le puede pasar, el amor es ciego pero la convivencia te devuelve la vista. En Olivos, se fue sintiendo atrapada y sin salida. El alcoholismo, es una enfermedad, que si no se trata es progresiva y mortal. No se ve a simple vista, porque es el alma la que se va apoderando del cuerpo y la cabeza. Golpear hasta desfigurar es siniestro, eso no cura; mata. Adicción quiere decir no hablar. A es no dicción es palabra. Es la no palabra, por eso hacía silencio y cuando le coincidió el puedo con el quiero, contó toda la verdad. Empezó a liberarse.
Si vive en Madrid, no es para salir a caminar por la Serrano, La Cibeles o el parque de los Recoletos, es porque fue el destino que eligió él con el sueño embargado de ser embajador en España y la promesa incumplida de ser profesor en la Universidad, a instancias de su amigo, Pedro Sánchez, el presidente español. Ella volvió a estar en la cresta de la ola después que el 31 de diciembre fue a comer con amigos. El corajudo de Alberto, mandó al juzgado audios de Fabiola, fuera de control, con la voz embriagada de alcohol. Exponiéndola en su enfermedad, en una lucha infatigable por la tenencia de su hijo y tratando de salvar su honor. Después que en su propia cara le faltaba el respeto y también a sí mismo filmándose con sus amantes en el sillón de Rivadavia. Cuando ella lo descubría, le decía que eran bromas que le hacían en la casa Rosada. El peor daño que pudo cometer, se lo hizo a ella, enamorarse del hombre equivocado, ante una sociedad en la que hay tantas mujeres en su situación y no pocas que dicen defender sus derechos. Pero ahora, que es la hora señalada, no aparece ninguna.